El principal soporte del sistema político democrático descansa en la cultura política del conglomerado humano que habita el territorio donde se implementa esa forma de gobierno.
A la muerte del tirano Rafael Leonidas Trujillo, el 30 de mayo de 1961, una parte de la población dominicana pensó que la sola caída de la tiranía creaba las condiciones para que de un día para otro se instaurara la democracia.
El 20 de diciembre de 1962, el pueblo dominicano eligió con el voto mayoritario en las urnas, al profesor Juan Bosch como presidente de la República.
El profesor Juan Bosch instauró un régimen democrático sin precedentes en la historia dominicana, y al mismo tiempo, con firme voluntad política estimuló un proceso constructivo de las instituciones que debían servirle de soporte a este sistema político.
El nuevo orden político implementado por el gobierno de Bosch, afectaba de forma directa los intereses y beneficios de sectores tradicionales que tuvieron mucha incidencia en el poder político durante la férrea tiranía de Trujillo.
Los poderes fácticos o centros tradicionales de poder se pusieron de acuerdo para derrocar al gobierno de Juan Bosch, y con el hecho, detuvieron el proceso constructivo de la naciente democracia, sumergiendo de nuevo al país en el atraso, el oscurantismo, el caos y la anarquía institucional.
El 25 de septiembre de 1963 no estaban dadas las condiciones para que el pueblo dominicano se lanzara a las calles a defender la democracia, y de haberlo hecho, las fuerzas conservadoras opuestas a la instauración de un régimen garantista de las libertades públicas y los derechos fundamentales, se hubieran impuesto, y la República hubiera terminado convertida en un baño de sangre.
No fue sino hasta 1965, cuando el pueblo dominicano se lanzó a las calles en demanda de la instauración en el poder del gobierno constitucional de 1963, bajo la consigna “constitucionalidad sin elecciones”; y sin embargo, la población vio frustradas sus demandas ante el hecho de que el territorio nacional fue ocupado por tropas norteamericanas, que arribaron con el mandato expreso de instaurar el orden, a los fines de evitar que se instalara en República Dominicana un régimen político similar al de Fidel Castro en Cuba, en 1959.
Desde la muerte de Trujillo en 1961 hasta el momento actual, podemos decir que se ha estado construyendo y consolidando una cultura democrática en la vida colectiva del pueblo dominicano.
Es que, precisamente, la democracia no descansa sólo en las instituciones, en la forma de gobernar y en el derecho de los ciudadanos y ciudadanas a elegir sus autoridades.
La democracia es mucho más que eso. La democracia es una forma de pensar, es una forma de vida, es una cultura, y hasta que esa cultura no está sembrada en la vida misma de las personas, las instituciones democráticas no cumplen cabalmente su cometido.
En el presente estadio de la historia dominicana, podemos decir sin temor a equivocaciones que la democracia está avanzando a paso firme, porque las personas se han convencido y se han dado cuenta que la democracia no se limita al derecho que tienen de elegir a las autoridades, cada cuatro años, ni tampoco se limita al deber que tienen las autoridades de gobernar respetando las demandas y deseos del colectivo popular.
Con el transcurso del tiempo, en la sociedad dominicana se ha ido desarrollando un nuevo ciudadano, una nueva ciudadana, un tipo de persona que ha ido aprendiendo a pensar y a vivir democráticamente.
El nuevo ciudadano y ciudadana dominicana está actuando democráticamente sin importar el rol que le corresponda asumir en la vida social. Piensa y se comporta democráticamente, ya sea desde un puesto de dirección o desde un puesto de subalterno, ya sea un gobernante o un gobernado, un representante o un representado.
La democracia en la sociedad dominicana ha ido ganando terreno hasta el punto de que se está consolidando como una cultura política. Por tanto, el liderazgo político y social del presente, tiene el deber de predicar con el ejemplo promoviendo permanentemente los valores elementales de la democracia como sistema político y como forma de vida.
Además, es necesario avanzar en la concienciación de las personas, sin importar sexo, edad, religión, estatus sociocultural y económico, de modo que entiendan que la democracia además de derechos implica deberes.
El momento es oportuno para que el magisterio nacional tome los derechos y deberes ciudadanos para con la democracia, consagrados en la Constitución de la República, y lo lleve a la educación en sus diferentes niveles, de modo que los valores de la democracia modelen el modo de vida del pueblo dominicano.
Cuando cada dominicano y dominicana adquiera plena conciencia y asuma en su forma de vida el glosario de derechos y deberes consagrados en la Constitución de la República, entonces tendremos un mejor país.
La autora es vicepresidenta
de la República
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domingo, 21 de octubre de 2012
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