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jueves, 2 de mayo de 2013

HACE CINCUENTA AÑOS: Kennedy, el lobby y la bomba

Hace exactamente 50 años se producía un episodio decisivo en la historia de la «democracia estadounidense», una lucha épica cuyo desenlace ha sido determinante para el futuro del mundo entero. Laurent Guyenot nos recuerda lo que estuvo en juego en aquel importante momento.
RED VOLTAIRE | 2 DE MAYO DE 2013 


Kennedy y el AIPAC

En mayo de 1963, le Comité de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos abría una investigación sobre las operaciones clandestinas de agentes extranjeros en territorio estadounidense, investigación cuyos principales objetivos eran el American Zionist Council y la Jewish Agency for Israel [1]. La investigación estaba motivada por un informe redactado en marzo de 1961 (y desclasificado en 2010) del presidente de esa comisión permanente, William Fulbright, que indicaba: «En los últimos años ha habido un creciente número de incidentes que implicaban intentos de gobiernos extranjeros, o de sus agentes, con vistas a influir en la política exterior americana [estadounidense] a través de métodos que se salen de los canales diplomáticos normales.» Al señalar que esos métodos incluían «actividades secretas en Estados Unidos y en otras partes», Fulbright apuntaba al «Caso Lavon» [2] de 1953, en el que varios judíos egipcios entrenados en Israel perpetraron contra objetivos británicos varios atentados con bombas que debían atribuirse a la Hermandad Musulmana para desacreditar a Nasser ante británicos y estadounidenses. La investigación del Senado sacó a la luz una actividad de blanqueo de dinero a través de la cual la Jewish Agency (indisociable del Estado de Israel, del que incluso fue precursora) hacía llegar decenas de millones de dólares al American Zionist Council, principal lobby israelí en Estados Unidos. Como resultado de aquella investigación, el Departamento de Justicia, bajo las órdenes del Attorney GeneralRobert Kennedy, exigió que –ya que estaba financiado por el Estado de Israel– el American Zionist Council se registrara como «agente extranjero» y quedara por lo tanto sometido a las obligaciones estipuladas en la Foreign Agents Registration Act de 1938, lo cual implicaba una estrecha vigilancia de sus actividades.

Aquel intento de contrarrestar la creciente interferencia de Israel en la política estadounidense estaba, por supuesto, respaldado por el presidente. Siendo aún no más que un joven periodista que cubría la conferencia inaugural de la ONU, John F. Kennedy ya había visto con desagrado la capacidad de Israel para la compra de políticos, incluyendo al propio presidente. En efecto, el 15 de mayo de 1948, al reconocer el Estado de Israel –sólo 10 minutos después de su proclamación oficial y en contra de la opinión unánime de su propio gobierno– el presidente Harry Truman no sólo se había ganado un lugar en la historia bíblica («El histórico acto de reconocimiento de Truman quedará grabado para siempre en letras de oro en los cuatro mil años de historia del pueblo judío» [3], proclamó entonces el embajador israelí) sino que también se echó en el bolsillo 2 millones de dólares para su campaña por la reelección. «Es por eso que nuestro reconocimiento de Israel fue tan rápido», confió Kennedy a su amigo el novelista y ensayista Gore Vidal [4]. En 1960, el propio John Kennedy recibió del lobby israelí una oferta de ayuda financiera para su campaña presidencial. Así resumió [Kennedy] a su amigo el periodista Charles Bartlett la proposición del mecenas Abraham Feinberg: «Sabemos que su campaña enfrenta dificultades. Estamos dispuestos a pagar sus cuentas si usted nos deja el control de su política en el Medio Oriente.» Bartlett recuerda que Kennedy se prometió a sí mismo que «si llegaba a convertirse en presidente haría algo por cambiar aquello» [5]. En 1962 y 1963, Kennedy presentó 7 proyectos de ley para reformar el financiamiento de las campañas electorales de los congresistas. Todos fueron exitosamente combatidos por los mismos grupos de presión contra los que estaban dirigidas.

Todos los esfuerzos gubernamentales por limitar la corrupción que los agentes de Israel estaban imponiendo en la democracia estadounidense se vieron frenados de golpe por el asesinato de Kennedy y por la llegada de Nicholas Katzenbach al Departamento de Justicia, en sustitución del hermano de Kennedy. El American Zionist Council escapó a la inscripción como agente extranjero disolviéndose y cambiando su nombre por el de American Israel Public Affairs Committee (AIPAC). Diez años más tarde, el 15 de abril de 1973, Fullbright señalaba en la CBS: «Israel controla el Senado americano. […] La gran mayoría del Senado americano –alrededor del 80%– apoya por completo a Israel. Israel obtiene todo lo que quiere» [6]. El AIPAC mantuvo las mismas prácticas que su antecesor, escapando incluso a todo tipo de sanción cuando sus miembros fueron sorprendidos en flagrante delito de espionaje y alta traición: en 2005, dos responsables del AIPAC fueron absueltos después de haber recibido de Larry Franklin, miembro de la Oficina de Planes Especiales del Pentágono, una serie de documentos clasificados como secreto militar, documentos que ellos transmitieron a un alto funcionario de Israel. En 2007, John Mearsheimer y Stephen Walt demostraban en su libro El lobby israelí y la política exterior estadounidense que el AIPAC y los grupos proisraelíes de cabildeo de menor importancia eran la causa principal de la guerra contra Irak y, más ampliamente, que eran también el factor determinante de la política exterior estadounidense en el Medio Oriente. Como nada ha cambiado desde entonces, no hay razón alguna para que el gobierno de Benjamin Netanyahu no logre obtener él también de Estados Unidos la destrucción de Irán, la cual no deja de exigir.


«Nosotros, el pueblo judío, controlamos Estados Unidos y los estadounidenses lo saben» [7], dijo el primer ministro Ariel Sharon a su ministro de Relaciones Exteriores Shimon Peres el 3 de octubre de 2001, según la radio israelí Kol Israel. Su sucesor, Benjamin Netanyahu, lo demostró el 24 de mayo de 2011 ante el Congreso estadounidense, donde fue ovacionado 29 veces por un auditorio que incluso se puso de pie para aclamar específicamente cada una de las siguientes frases: «En Judea y en Samaria, los judíos no son ocupantes extranjeros»; «Ninguna distorsión de la historia puede negar el vínculo de 4 000 años entre el pueblo judío y la tierra judía»; «Israel no volverá a las fronteras indefendibles de 1967»; «Jerusalén no debe ser dividida nunca más. Jerusalén debe seguir siendo la capital unida de Israel.» [8]
Kennedy, la bomba y Dimona

Si Kennedy no hubiese sido asesinado, la influencia de Israel seguramente se hubiese visto limitada en otro sector más, el del armamento nuclear. Desde el inicio de los años 1950, David Ben Gurión, quien ejercía simultáneamente las funciones de primer ministro y de ministro de Defensa, había emprendido la fabricación secreta de bombas atómicas, desviando así de su objetivo el programa de cooperación pacífica Atom for Peace que Eisenhower había iniciado ingenuamente. Informado por la CIA, inmediatamente después de su llegada a la Casa Blanca, sobre el verdadero objetivo del complejo de Dimona, Kennedy hará todo lo posible por obligar Israel a renunciar [a sus intenciones en ese sentido]. Exigió a Ben Gurión la realización de inspecciones periódicas en Dimona. Primero lo hizo de viva voz, en Nueva York en 1961, y posteriormente a través de cartas oficiales cada vez más insistentes. En la última de esas cartas, fechada el 15 de junio de 1963, Kennedy exigía una primera inspección inmediata a la que seguirían inspecciones regulares cada 6 meses, a falta de lo cual «el compromiso y el respaldo de nuestro gobierno a Israel pudieran verse en serio peligro» [9]. El efecto de aquel mensaje fue sorprendente: Ben Gurión dimitió el 16 de junio, evitando así la recepción de aquella carta. Cuando el nuevo primer ministro Levi Eshkol entró en funciones, Kennedy le envió de inmediato una carta idéntica, fechada el 5 de julio de 1963.

Lo que quería Kennedy no era evitar que Israel alcanzara un poder que Estados Unidos reservaba para sí mismo y para sus aliados de la OTAN. Su objetivo formaba parte de un proyecto mucho más ambicioso, que ya había anunciado el 25 septiembre de 1961 –o sea 9 meses después de su investidura– ante la Asamblea General de la ONU: «Hoy cada habitante de este planeta debe imaginar el día en que este planeta haya dejado quizás de ser habitable. Cada hombre, mujer o niño está viviendo bajo una espada de Damocles nuclear pendiente de frágiles hilos que pueden ser cortados en cualquier momento por accidente o por error, o por locura. Hay que liquidar esas armas de guerra antes de que ellas nos liquiden […] Tenemos por lo tanto intenciones de lanzar un desafío a la Unión Soviética, no para una carrera armamentista sino para una carrera por la paz –para avanzar juntos, paso a paso, etapa por etapa, hasta alcanzar el desarme general y completo» [10]. Nikita Jruschov captó el mensaje y respondió favorablemente en una carta confidencial de 26 páginas, fechada el 29 de septiembre de 1961 y transmitida a través de un canal secreto. Después de la crisis de octubre de 1962 causada por los misiles instalados en Cuba, la guerra nuclear que habían logrado evitar a duras penas gracias a su propia sangre fría aproximó aún más a los dos jefes de Estado en cuanto a la convicción de que compartían la responsabilidad de liberar la humanidad de la amenaza atómica. Jruschov envió entonces a Kennedy una segunda carta privada en la que expresaba su esperanza de que, en 8 años de presidencia de Kennedy, «podamos crear buenas condiciones para una coexistencia pacífica en la Tierra, lo cual apreciarían altamente los pueblos de nuestros países así como los demás pueblos» [11]. A pesar de otras crisis, Kennedy y Jruschov prosiguieron aquella correspondencia secreta, hoy desclasificada, que comprende en total 21 cartas dedicadas en gran parte al proyecto de abolir el arma atómica.

En 1963, las negociaciones desembocaron en el primer tratado de limitación de los ensayos nucleares, que prohibía los ensayos nucleares en la atmósfera y bajo el agua, tratado firmado el 5 de agosto de 1963 por la Unión Soviética, Estados Unidos y el Reino Unido. Seis semanas más tarde, el 20 de septiembre de 1963, Kennedy expresaba ante la ONU su orgullo y esperanza: «Hace 2 años declaré ante esta asamblea que Estados Unidos había propuesto y estaba dispuesto a firmar un tratado limitado de prohibición de los ensayos. Hoy ese tratado está firmado. No acabará con la guerra. No eliminará los conflictos fundamentales. No garantizará la libertad a todos. Pero puede ser una palanca. Y se dice que Arquímedes, al explicar el principio de la palanca, dijo a sus amigos: “Denme un punto de apoyo y moveré el mundo.” Queridos cohabitantes de este planeta, podemos mover el mundo hacia una paz justa y duradera» [12].

En su última carta a Kennedy, entregada al embajador de Estados Unidos Roy Kohler pero que nunca llegó a su destinatario, Jruschov se mostraba igualmente orgulloso de aquel primer tratado histórico, que «ha inyectado una mentalidad fresca en la atmósfera internacional». Y presentaba otras proposiciones, retomando las palabras de Kennedy: «Su implementación abriría el camino hacia el desarme general y completo y, por consiguiente, hacia la liberación de los pueblos de la amenaza de la guerra.» [13]


Para Kennedy, el arma nuclear era la negación de todos los esfuerzos históricos tendientes a civilizar la guerra evitando las víctimas civiles. «No dejo de pensar en los niños, no sólo en los míos o los tuyos, sino en los niños de todo el mundo», decía a su amigo y asistente Kenneth O’Donnell durante su campaña a favor del Test Ban Treaty. Y lo repitió en su alocución televisiva del 26 de julio de 1963: «Ese tratado es para todos nosotros, especialmente para nuestros hijos y nuestros nietos, que no tienen ningún grupo de cabildeo aquí en Washington.» [14]

En los años 1960, el desarme nuclear era un objetivo realista. Sólo 4 países disponían del arma nuclear. Había una posibilidad histórica que aprovechar y Kennedy estaba decidido a no desperdiciarla. «Me obsesiona la impresión de que si no lo logramos, en 1970 habrá quizás 10 potencias nucleares en vez de 4, y 15 o 20 en 1975» [15], dijo en su conferencia de prensa del 21 de marzo de 1963. Mientras que, siguiendo las huellas de Estados Unidos y la URSS, todos los países de la OTAN y del bloque del este daban un primer paso hacia el desarme nuclear, Israel hacía en secreto lo contrario y Kennedy estaba decidido a impedirlo.

La muerte de Kennedy, meses más tarde, alivió la presión sobre Israel. Johnson decidió ignorar lo que sucedía en el complejo de Dimona. John McCone, el director de la CIA nombrado por Kennedy, dimitió en 1965 quejándose del desinterés de Johnson sobre aquel tema. Israel obtuvo su primera bomba [atómica] hacia 1967, sin admitirlo nunca. Nixon tampoco se preocupó del asunto, mientras que su consejero de seguridad nacional Henry Kissinger expresaba en privado su satisfacción ante la idea de tener en Israel una potencia nuclear aliada. Nixon, de quien se puede decir que el Estado profundo entró con él a la Casa Blanca, jugó un doble juego. Mientras respaldaba públicamente el Tratado de No Proliferación de 1968 (que no era una iniciativa estadounidense), Nixon envió a su propia burocracia un mensaje totalmente opuesto a través de un National Security Decision Memorandum de carácter secreto (NSDM-6) que decía:


«No debe haber ningún esfuerzo de Estados Unidos por forzar a otros países […] a aplicar [el tratado]. Este gobierno, en su postura pública, debe reflejar un tono optimista en cuanto a que otros países firmen o ratifiquen [el tratado], apartándose al mismo tiempo de todo plan de hacer presión sobre esos países para que firmen o ratifiquen.» [16]

Según las cifras del SIPRI (Stockholm International Peace Research Institute) correspondientes al años 2011, existen hoy en todo el mundo 20 000 bombas nucleares que tienen como promedio una potencia 30 veces superior a la bomba atómica de Hiroshima, lo cual equivale en total a 600 000 veces lo sucedido en Hiroshima. De esas bombas, 1 800 se hallan en estado de alerta, o sea listas para ser utilizadas en cuestión de minutos. Con menos de 8 millones de habitantes, Israel es la 6ª potencia nuclear a nivel mundial.


«Si dejásemos actuar al Presidente habría una guerra nuclear cada semana» [17], decía Kissinger. Ya en los años 1950, Nixon había recomendado a Eisenhower el uso de la bomba atómica en Indochina y en Corea.


Hubo que esperar hasta 1986 y a que el Sunday Times publicara varias fotos tomadas en Dimona por el técnico israelí Mordechai Vanunu para que el mundo se enterara de que Israel se había dotado secretamente de la bomba atómica. Después de ser secuestrado por los servicios secretos israelíes, Vanunu fue condenado [en Israel] por «divulgación de secretos de Estado» y pasó en la cárcel 18 años, 11 de ellos en aislamiento total. Desde su liberación, en 2004, Vanunu tiene prohibido salir de Israel y comunicarse con extranjeros.
Johnson y el USS Liberty

Kennedy no es recordado en Tel Aviv como un amigo de Israel. Además de sus ataques contra el descarado cabildeo de Israel y contra las ambiciones israelíes de poderío nuclear, Kennedy se había comprometido a favor del derecho al regreso de los 800 000 palestinos expulsados de sus casas y de sus poblados en 1947 y 1948. El 20 de noviembre de 1963, su delegación ante la ONU llamaba a la implementación de la Resolución 194 en ese sentido. Kennedy no tuvo tiempo de leer en los diarios las reacciones escandalizadas de Israel, ya que fue asesinado 2 días después.

La llegada de Johnson a la Casa Blanca fue saludada con alivio en Israel: «No cabe duda de que con la llegada de Lyndon Johnson al poder tendremos más oportunidad de acercarnos directamente al Presidente si nos parece que la política estadounidense es contraria a nuestros intereses vitales» [18], estimaba el diario israelí Yediot Ahronot. Lejos de recordar a Israel su propia limpieza étnica, Johnson abrazó plenamente el mito de la «tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra» llegando incluso un día a comparar, ante un auditorio judío, a los «pioneros judíos que construyen una casa en el desierto» [19] con sus propios ancestros en la colonización del Nuevo Mundo –lo que, en el fondo, subraya involuntariamente la equivalencia entre la negación de la limpieza étnica aplicada en Palestina por los israelíes y la negación por los estadounidenses de su propia historia de genocidio.

Kennedy había reducido la ayuda a Israel, pero Johnson la aumentó de 40 millones a 71, e incluso a 130 millones al año siguiente. La administración Kennedy había autorizado únicamente la venta a Israel de unas cuantas baterías de misiles defensivos pero bajo la administración Johnson más del 70% de la ayuda a Israel se utilizó para financiar la compra de armamento, como 250 tanques y 48 aviones de ataque Skyhawk. En 1966, la ayuda material a Israel alcanzó los 92 millones de dólares, más que la suma de todos los años anteriores. Mientras tanto, Johnson privó de ayuda estadounidense a Egipto y Argelia obligando así a esos dos países a volverse hacia la URSS para mantener el nivel de sus defensas. En junio de 1967, Johnson dio a Israel una «luz amarilla» para su guerra supuestamente «defensiva» contra Egipto, a través de una carta fechada el 3 de junio en la que aseguraba al primer ministro israelí Levi Eshkol que quería «proteger la integridad territorial de Israel y […] proporcionar un respaldo americano tan eficaz como fuese posible para preservar la paz y la libertad de su nación y de la región». [20]

La muerte de Kennedy instauró un profundo duelo en el mundo árabe, donde el retrato de JFK ornaba numerosos hogares. «Ahora es De Gaulle el único jefe de Estado occidental con cuya amistad pueden contar los árabes», diría Gamal Abdel Nasser. Mientras reducía la ayuda a Israel, Kennedy había abastecido generosamente de trigo a Egipto en el marco del programa Food for Peace. La breve presidencia de Kennedy fue para Egipto un feliz paréntesis y también un sueño que rápidamente disipado. Bajo Eisenhower, en 1954, Egipto había sido blanco de actos de terrorismo del tipo false flag (bandera falsa), perpetrados por Israel para «acabar con la confianza de Occidente en el régimen egipcio existente [e] impedir la ayuda económica y militar de Occidente a Egipto» [21], según los términos utilizados por el jefe de la Inteligencia Militar (Aman) Benjamin Givli en un telegrama secreto actualmente desclasificado. El complot se descubrió a causa de la detonación accidental de uno de los artefactos, lo que desencadenó el escándalo del «Caso Lavon» (apellido del ministro de Defensa Pinhas Lavon, quien fue considerado responsable), escándalo rápidamente acallado en Israel y en Estados Unidos. El primer ministro [israelí] Moshe Sharett, partidario de un sionismo moderado y respetuoso de las reglas internacionales, señaló en aquella época –aunque en privado– el irresistible ascenso de los extremistas, entre los que él incluía al futuro presidente Shimon Peres, precisando que «quiere aterrorizar a Occidente para llevarlo a respaldar los objetivos de Israel» y que «eleva el terrorismo a la categoría de principio sagrado». [22]

La muerte de Kennedy dio nuevamente rienda suelta al terrorismo maquiavélico que se ha convertido en la especialidad de Israel. Dos días antes del final de la Guerra de los Seis Días, el ejército israelí lanzó contra el USS Liberty la más célebre y calamitosa de sus agresiones false flag. En el soleado día del 8 de junio de 1967, 3 bombarderos Mirage sin distintivos y 3 lanchas torpederas con bandera israelí bombardearon, ametrallaron y torpedearon durante 75 minutos aquel barco no armado de la NSA (National Security Agency), que se hallaba en aguas internacionales y que era perfectamente identificable, con la evidente intención de que no quedara ningún sobreviviente, ya que llegaron incluso a ametrallar los botes salvavidas. Sólo cesaron el ataque al acercarse un navío soviético, cuando ya habían matado a 34 miembros de la tripulación, en su mayoría ingenieros, técnicos y traductores. Se piensa que, si hubiesen logrado hundir el barco sin testigos, los israelíes habrían atribuido el crimen a Egipto, para arrastrar así a Estados Unidos a la guerra del lado de Israel. Según Peter Hounam, autor de Operation Cyanide: Why the Bombing of the USS Liberty Nearly Caused World War III (libro publicado en 2003), el ataque contra el USS Liberty contó con la autorización previa y secreta de la Casa Blanca, en el marco del proyecto Frontlet 615, «un arreglo político secreto concluido en 1966 en el cual Israel y Estados Unidos se comprometían a destruir a Nasser». Las órdenes emitidas aquel día por la Casa Blanca, que retrasaron el auxilio durante varios horas, sugieren que Johnson no sólo cubrió a los israelíes después de los hechos, sino que incluso se había puesto de acuerdo con ellos de antemano. Oliver Kirby, vicedirector de Operaciones de la NSA en aquella época, dijo –el 2 de octubre de 2007– al periodista John Crewdson del Chicago Tribune que las transcripciones de las comunicaciones de los aviones israelíes interceptadas por la NSA e inmediatamente transmitidas a Washington no dejaban lugar a dudas sobre la identidad de los atacantes ni sobre el hecho que estos últimos habían identificado su blanco como estadounidense antes de atacarlo: «Yo estoy dispuesto a jurar sobre un montón de biblias que nosotros sabíamos que ellos sabían [que el barco era estadounidense]» [23]. Ya desenmascarado, Israel habló de un error y presentó excusas, con las cuales se contentó Johnson pretextando que «I will not embarrass our ally». En enero de 1968, cuando Johnson recibió en Washington al primer ministro israelí Levi Eshkol y lo invitó después a rancho de Texas, las relaciones fueron calurosas. Israel sacó de ello una enseñanza de impunidad cuya influencia sobre su comportamiento no debemos subestimar: el precio a pagar por el fracaso de una operaciónfalse flag contra Estados Unidos es cero. De hecho, es imposible que fracasar ya que los propios estadounidenses se encargarán de encubrir el crimen de Israel: Tel Aviv recibe de inmediato armas y aviones estadounidenses, convirtiendo rápidamente a Israel en el cliente número 1 de la industria militar estadounidense.

por Laurent Guyénot


      

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