Raúl Zibechi,
Las alternativas al capitalismo en áreas como la educación, la producción y la salud se expanden y comienzan a involucrar a nuevos sectores sociales. A las tradicionales prácticas por fuera del sistema que caracterizan a los pueblos indígenas y a los campesinos se van sumando sectores urbanos, tanto en las periferias de las grandes ciudades como entre profesionales de la salud y la educación.
La Semana de la Ciencia Digna en Salud, organizada por la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario, entre el 15 y el 19 de junio, es un buen ejemplo de cómo la resistencia al modelo extractivo abre espacios por donde comienzan a aparecer prácticas emancipatorias. La semana conjugó cinco encuentros: de salud socioambiental, de formación docente, de comunicación y construcción de la ciencia, un foro estudiantil y el primer encuentro de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad en América Latina.
En números, hubo más de 70 actividades, se presentaron 110 trabajos académicos y cuatro libros, hubo 113 disertantes, científicos de nueve países y cientos de estudiantes, profesionales y miembros de movimientos sociales. El encuentro fue posible por la conjunción de dos movimientos: las organizaciones sociales que resisten a la minería y los monocultivos de soya, corazón del modelo extractivo, y los profesionales y estudiantes que, desde sus lugares, no sólo apoyan esas luchas sino que se involucran como militantes.
El encuentro comenzó el 16 de junio, por ser la fecha del nacimiento del científico Andrés Carrasco, referente de la resistencia a los transgénicos por su rigurosidad académica y su compromiso con los afectados. Fue jefe del Laboratorio de Embriología Molecular de la Facultad de Medicina de la UBA e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas (Conicet). En 2009 advirtió que el glifosato producía malformaciones en embriones anfibios, por lo que enfrentó una campaña de desprestigio de las empresas, la academia y funcionarios del gobierno.
Sostuvo que las pruebas sobre los efectos de los agrotóxicos no había que buscarlas en los laboratorios, sino en las comunidades fumigadas. Falleció en mayo de 2014, semanas después de participar en la escuelita zapatista y hoy es un símbolo de la lucha contra el extractivismo. La primera declaración de los científicos comprometidos le rinde homenaje al destacar que el quehacer científico debe desarrollarse de una manera éticamente responsable.
Durante la semana se presentaron trabajos por médicos, bioquímicos, genetistas, docentes y miembros de movimientos sociales, sobre una amplia gama de temas. Se insistió en que el papel de la ciencia debe ser precautorio, sobre todo ante la irresponsabilidad de las grandes empresas. En Brasil, por ejemplo, las malezas resistentes –por el abuso de agrotóxicos– ya suponen 10 por ciento de los costos de producción, cuando el modelo de agricultura industrial lleva menos de dos décadas funcionando.
El análisis sobre los mosquitos transgénicos para combatir el dengue, y la falta de estudios sobre sus consecuencias, fue uno de las ponencias más interesantes, así como la exposición sobre la resistencia a los antibióticos presentada por una coalición de centros de estudio, universidades y ONG. El ex decano de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Cuenca y coordinador regional del Programa de Acción frente a la Resistencia a los Antibióticos se mostró preocupado por la invisibilidad de este problema, quizá porque afecta a los sectores más vulnerables, a los niños, a los recién nacidos y a la población económicamente desfavorecida.
La Facultad de Medicina de Rosario adoptó los campamentos sanitarios, un dispositivo creado en el año 2010, como evaluación final integradora del ciclo de práctica final de la carrera de medicina, que integra evaluación, investigación, docencia y extensión, según lo define Damián Verzeñassi, responsable académico de esa materia e inspirador de la experiencia.
Los campamentos son la mejor expresión de la alianza entre movimientos populares y científicos. Durante una semana una cohorte de 90 a 150 estudiantes se instalan en un pueblo de menos de 10 mil habitantes de la provincia de Santa Fe, rodeados de monocultivos. Duermen en colchones en el suelo en escuelas o polideportivos, encuestan a la población en sus viviendas, casa por casa, para construir un perfil sanitario de la población.
Durante la semana hacen talleres de promoción de salud y prevención de enfermedades en las escuelas primarias y secundarias, en las plazas y centros sociales. Los docentes evalúan a los estudiantes y luego convocan a todo el pueblo para hacer la devolución de los resultados. Los 21 campamentos realizados en cinco años les permiten comparar los resultados de las diferentes comunidades, fijando la atención en la evolución de las enfermedades en los últimos 15 años.
Los datos obtenidos son escalofriantes: Ha existido un crecimiento del cáncer que oscila entre cuatro veces y media y hasta siete veces más que en el primer quinquenio, asegura Verzeñassi. Lo que hay en común en esos pueblos, donde abundan además abortos espontáneos y nacimientos con malformaciones, es que están en el medio de las áreas de producción agroindustrial con agroquímicos.
Los campamentos sanitarios han reforzado a los pobladores y organizaciones que resisten las fumigaciones, la práctica más perniciosa del modelo, pero también han abierto las puertas para cambios en la cultura médica, al punto que algunos licenciados eligieron vivir en pueblos fumigados luego de pasar por los campamentos.
Las alternativas al capitalismo no nacen ni en las instituciones estatales ni en el centro del escenario político sino, como toda creación cultural y política, en los márgenes, lejos de las relaciones sociales hegemónicas y de los reflectores mediáticos. Es creación y lucha: se resiste y se lucha para no morir; se crean los mundos nuevos para no repetir lo viejo.
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