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viernes, 27 de julio de 2012

OTRAS PERSPECTIVAS

Denver: una masacre funcional al poder

LA MATANZA QUE TUVO LUGAR EN UN CINE DE UN SUBURBIO DE DENVER DESENCADENÓ, AL IGUAL QUE EN TANTAS OTRAS OCASIONES LUEGO DE QUE SE PRODUJERAN SIMILARES ATROCIDADES, EL PREVISIBLE CORO DE LAMENTOS QUE A SU VEZ SE PREGUNTABA POR QUÉ PERIÓDICAMENTE APARECÍAN EN ESTADOS UNIDOS MONSTRUOS CAPACES DE PERPETRAR CRÍMENES COMO LOS DEL TÉTRICO ÉMULO DEL GUASÓN.
En realidad, un análisis que haga a un lado la complacencia habitual con las cosas del imperio no podría dejar de señalar una causa de fondo: como la expresión más acabada de la sociedad burguesa Estados Unidos es también el lugar en donde la alienación de los individuos llega a niveles sin paralelos a escala universal.
No debería sorprender a nadie que comportamientos como el del joven James Holmes -¿cuántas matanzas indiscriminadas se produjeron en los últimos años?- afloren periódicamente para sembrar el dolor en la población estadounidense.
Una sociedad alienada y alienante que genera millones de adictos (sin que exista ningún programa federal de prevención y combate a la adicción); millones de “vigilantes” dispuestos a imponer la ley y el orden por su cuenta persiguiendo a personas por el color de su piel o sus rasgos faciales; y otros millones que, como el tal Holmes, pueden comprar en cualquier armería un fusil de asalto, pistolas, revólveres, granadas, bombas de humo y todos los pertrechos de la parafernalia militarista y, para colmo, obtener permisos para utilizar legalmente todo ese mortífero arsenal.
La recurrencia de esta clase de masacres habla de un problema estructural, lo que es cuidadosamente obviado en las explicaciones convencionales que, invariablemente, hablan de un ser extraviado, de un loco, pero sin nunca preguntarse por las causas estructurales que en esa sociedad produce locos en serie.
Una sociedad que se presenta con rasgos paradisíacos, como la tierra de la gran promesa, como el país en el que cualquiera puede triunfar y ganar dinero a raudales, poder y prestigio, con todo lo que estos atributos llevan como beneficios colaterales y que, en realidad, son metas sólo accesibles, en el mejor de los casos, para el 5 por ciento de la población. El resto, sometido a una implacable y constante andanada publicitaria, mastica su impotencia y su frustración.
De vez en cuando, alguno piensa que la solución es salir a matar gente a mansalva e indiscriminadamente; otros, más inofensivos, deciden suicidarse lentamente con las drogas.

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