ASIA Y EL SUDESTE ASIÁTICO
La ilusión de las guerras limitadas*
Juan Bosch
Este artículo fue escrito para la revista The Christian Century, que se editaba en Chicago, EE.UU. El título le fue puesto por los editores de la revista, que publicó el artículo en su edición del 17 de abril de 1968, páginas 480-2.
Evidentemente, la segunda guerra mundial hizo pasar a la humanidad, en términos históricos, del siglo XX al siglo XXI; de la edad de la dinamita a la edad atómica y nuclear; de la edad del motor de pistón a la del jet; del avión terrestre al satélite espacial; de la máquina calculadora que se manejaba a mano al computador electrónico; de la industria desarrollada por técnicos autodidactas como Thomas Alva Edison y Henry Ford a la industria sobredesarrollada a base de estudios de científicos de primera categoría como Enrico Fermi y la pareja china de Yang y Lee. Y ese salto, asombrosamente violento si lo vemos desde el punto de vista del corto tiempo en que se produjo, debía reflejarse en grandes cambios sociales y políticos en todo el mundo. La incapacidad de los Estados Unidos para aceptar esos cambios y ajustarse a ellos se ha traducido en una actitud de violencia internacional muy peligrosa. En lo que se refiere a la América Latina, ese estado de violencia deberá desembocar, me parece que de manera inevitable, en una revolución social de grandes vuelos. No hay que hacerse ilusiones: esa revolución comenzó ya en Cuba, y hágase lo que se haga o dígase lo que se diga, podrá ser demorada pero no podrá ser evitada. Es probable que la decisión de evitarla lleve a los Estados Unidos a guerrear en la América Latina como los ha llevado a guerrear en el Sudeste Asiático, y está dentro de lo posible que la guerra en Asia produzca el estallido de la revolución en América Latina. ¿Qué tiene que ver la América Latina con la guerra de Vietnam, y qué tiene que ver la guerra de Vietnam con la incapacidad norteamericana para aceptar los cambios introducidos en el mundo por el paso de la industria de los técnicos autodidactas a la industria sobredesarrollada de los científicos? ¿Cuál es la razón de que un país tan excepcionalmente desarrollado en el campo científico, como son los Estados Unidos, no pueda ajustarse a los cambios políticos y sociales impuestos en el mundo a consecuencia de la segunda guerra mundial? Todas esas preguntas se relacionan entre sí porque todas ellas surgen de un mismo hecho: el estado de violencia que prevalece en el ámbito internacional. Hasta el momento, lo que está sucediendo en Vietnam se mantiene dentro de lo que en estrategia militar se llama “guerra limitada”. Sin embargo, debemos notar que esa “guerra limitada” ha traspasado varias veces los límites que se le habían fijado; por tanto, no hay razón para que no traspase también los actuales y llegue a convertirse en una guerra general asiática. Inicialmente, el plan norteamericano fue organizar un gobierno y unas fuerzas armadas anticomunistas en Vietnam del Sur, y darles apoyo político, económico y militar a ese gobierno y a esas fuerzas armadas, para lo cual se enviaron a Vietnam del Sur unos cuantos cientos de consejeros militares y de técnicos civiles y unos cientos de millones de dólares en dinero, armas y equipos; pero después hubo que traspasar esos límites, hubo que aumentar los envíos de consejeros militares y civiles, los de dinero y armamentos y equipos, de manera que los gastos subieron a un billón de dólares al año; más tarde se ampliaron otra vez los límites y se procedió a construir grandes bases aéreas, navales y de infantería para soldados norteamericanos, lo que significó el aumento de los gastos en Vietnam por encima del billón de dólares al año; y por fin hubo que mandar al combate a las fuerzas norteamericanas, primero para defender esas bases y después para guerrear en todo el Vietnam del Sur, lo que se tradujo en gastos superiores a los veinte billones de dólares al año y en una guerra abierta contra Vietnam del Norte. En términos militares, pues, los planes limitados de los Estados Unidos fueron implacable y sucesivamente sobrepasados por la fuerza de los acontecimientos, y al comenzar el año de 1968 la guerra era “limitada” sólo en un aspecto: el de que se mantenía dentro del territorio de los dos Vietnam. Pero ya a esa fecha amenazaba con desbordarse a Cambodia, Laos y Tailandia, cosa que puede ocurrir en cualquier momento. Ahora bien, en términos políticos la guerra de Vietnam dejó hace tiempo de ser “limitada”. La presencia de tropas australianas, neozelandesas, surcoreanas, tailandesas, es una demostración concluyente de que en el orden internacional estamos en presencia de una guerra que ya no es “limitada”; que salió de las fronteras de Vietnam y está afectando a países lejanos, cuyos hijos están muriendo en Vietnam bajo sus propias banderas. Por último, la creciente y pública ayuda rusa y china a Vietnam del Norte y al Vietcong en armas confirma lo que decimos: políticamente, la guerra de Vietnam se ha convertido en un conflicto internacional, y por tanto no sigue teniendo las características de las “guerras limitadas”. Esta verdad se ha mantenido oculta a los ojos del pueblo norteamericano y de otros pueblos del mundo mediante la creación de una falsa ilusión. A los norteamericanos se les ha hecho creer que la guerra de Vietnam es “limitada” porque ni China ni la Unión Soviética han enviado tropas al combate. Pero es el caso que varios otros países han enviado tropas, y el propio presidente Johnson, cada vez que habla sobre los acontecimientos de Vietnam, se refiere a esos ejércitos extranjeros llamándolos “nuestros aliados”. Luego, resulta evidente que desde el lado de los Estados Unidos se trata de una guerra que hace tiempo dejó de ser “limitada” y pasó a ser internacional. La experiencia que se saca de la lucha en el Sudeste Asiático es que no resulta fácil mantener “guerras limitadas” cuando éstas se tiñen con matices ideológicos. Al intervenir en una guerra el aspecto ideológico, es difícil contenerla en determinados límites geográficos. La de Israel y Egipto en junio de 1967 no tuvo caracteres ideológicos, aunque por detrás de Egipto estuviera Rusia y por detrás de Israel estuvieran los Estados Unidos; y esa ausencia del factor ideológico la dejó en los límites de una guerra internacional convencional. El vocablo convencional debe aplicarse a una guerra tomando en cuenta no sólo los tipos de armas que se usen sino además cuál es la motivación que la provoca. Desde su costado ideológico, la guerra de Vietnam no es convencional y no puede ser limitada, puesto que necesariamente quedan arrastrados hacia ella todos los que en el mundo entero simpatizan con el régimen comunista y todos los que aspiran a la destrucción de ese régimen. En la guerra de Vietnam, como en la intervención armada en la República Dominicana, la razón esgrimida por los Estados Unidos, a lo menos en público, es la del anticomunismo: están peleando en el Sudeste de Asia y enviaron sus “marines” a la isla antillana porque ellos tienen una misión planetaria, la de destruir el comunismo dondequiera que éste asome la cabeza o dondequiera que a los Estados Unidos les parezca que hay comunistas. Desde luego, el derecho que se atribuyen los norteamericanos de aniquilar a los comunistas genera el derecho de los comunistas a aniquilar a los norteamericanos. El resultado lógico de esos derechos en pugna es un estado de violencia internacional muy adecuado para que una llamada “guerra limitada” resulte desbordada más allá de los límites previstos; y eso es lo que ha sucedido en Vietnam. ¿Hasta qué momento podrá mantenerse la ilusión de que la guerra de Vietnam está en el número de las “limitadas”? ¿En qué momento comenzarán a entrar en acción los “voluntarios” chinos, soviéticos y de otros países comunistas? Eso no lo sabemos, pero lo que parece hallarse al borde de que se produzca cualquier día es la extensión de la guerra a países vecinos de Vietnam, como Laos y Cambodia, y no en forma de guerrillas comunistas laosianas o cambodianas ni en la de guerrillas infiltradas desde Vietnam del Norte bajo la dirección de jefes vietnamitas. Como puede leerlo quien quiera en la prensa de los Estados Unidos, algo de eso está sucediendo desde hace meses, o se da la noticia de que ha sucedido. A lo que quiero referirme es a la entrada en acción, sobre suelo laosiano y cambodiano, de tropas norteamericanas enfrentadas a tropas de Vietnam del Norte. Lógicamente, si los Estados Unidos deciden invadir Vietnam del Norte con su infantería —y no hay a la vista otra salida para la guerra que la conquista física del territorio de Vietnam del Norte—, lo harán después que hayan llevado sus fuerzas a Laos y Cambodia; por lo menos, a Laos. Ese paso puede provocar la llegada a Vietnam de “voluntarios” chinos y rusos, con lo cual quedaría muerta la ilusión de que la guerra de Vietnam es “limitada”. Pero el fin de esa ilusión significaría la entrada en escena de otros factores. Y ésa puede ser la oportunidad histórica para que se provoque el estallido de la revolución en la América Latina. En mi último libro, El pentagonismo, sustituto del imperialismo*, hay un párrafo que parece adecuado para esta ocasión. Dice así: “Los actos de los pueblos, como los actos de los hombres, son reflejos de sus actitudes. Pero sucede que la naturaleza social es dinámica, no estática, de donde resulta que todo acto provoca una respuesta o provoca otros actos que lo refuercen. Ningún acto, pues, puede mantenerse aislado. Así, la cadena de actos que van derivándose del acto principal acaba modificando la actitud del que ejerció el primero y del que ejecuta los actos-respuestas. Esa modificación puede llevar a muchos puntos, según sea el carácter personal, social o nacional— del que actúa y según sean sus circunstancias íntimas o externas en el momento de actuar”. La actitud de los Estados Unidos, religiosamente anticomunista, los ha llevado a una guerra ideológica de exterminio de los comunistas en Vietnam; al mismo tiempo, sus circunstancias nacionales —las íntimas, desde el punto de vista de su política doméstica — les obliga a una contradicción insoluble, que consiste en mantener la ilusión de que están haciendo una “guerra limitada” a la vez que solicitan la ayuda de otros gobiernos, es decir, la presencia de “aliados”; y sucede que dada la naturaleza ideológica de la guerra, esos “aliados” tienen necesariamente que ser también anticomunistas; y como es lógico, si la guerra se extiende, los Estados Unidos llevarán a ella más países, y lo que es peor, necesitarán más aliados, y todos deberán ser, desde luego, ideológicamente afines. Ahora bien, ¿cuáles podrán ser esos aliados? Visto que los países europeos han abandonado su actitud de anticomunismo religioso, será difícil hallar un país de Europa que mande tropas a Vietnam para combatir del lado norteamericano. En África no hay ejércitos capaces de hacer la guerra moderna. Las únicas reservas militares que los Estados Unidos pueden conducir a esa guerra son las de la América Latina. Y a nadie debe caberle duda de que la intervención de ejércitos latinoamericanos en una guerra asiática provocará el estallido de la revolución en la América Latina. ¿Por qué se hace esta afirmación tan categórica? Porque según nos enseña la historia no hay guerra internacional que no estimule y provoque cambios en las estructuras sociales y políticas de los países que toman parte en ella, y en la América Latina, dada la petrificación económica y social existente, todo cambio requerirá, de manera inevitable, el ejercicio de la violencia, esto es, una acción revolucionaria; y la necesidad de cambios en la América Latina se hizo evidente con el paso de Cuba hacia el campo socialista a pesar de que en la revolución cubana no participaron ni un ruso ni un chino ni un yugoeslavo, y, al contrario, participaron norteamericanos anticomunistas. ¿Cuál es la fuerza ciega que incapacita a los Estados Unidos para aceptar los cambios que se han producido ya en el mundo y que necesariamente llegarán a imponerse en Asia y en América Latina? Esa fuerza es la misma que los mueve a hacer la guerra de Vietnam. En apariencia, es el anticomunismo, pero el anticomunismo es sólo el aspecto negativo —o anti— del afán de lucro. El afán de lucro de los norteamericanos es la fuerza ciega que ha convertido a los Estados Unidos en el campeón mundial del statu-quo. Un país que a esta altura del mundo considera lógico y moral que alguien gane dinero fabricando armas que tienen un poder espantoso de muerte y destrucción, no ha alcanzado todavía a darse cuenta de que la segunda guerra mundial llevó a la humanidad del siglo XX al siglo XXI, y que en este siglo XXI en que históricamente nos hallamos los valores del siglo XX han sido superados y deben ser llevados al desván donde se guardan los objetos que ya no tienen uso. Es inconcebible que el poder de matar y de destruir, al grado a que ha sido llevado por los científicos que trabajan para la industria sobredesarrollada, siga siendo un negocio para el beneficio de unas cuantas empresas. Si la guerra no puede ser excluida del planeta en que habitamos, y si la organización de la sociedad norteamericana no puede ser transformada para eliminar de ella el afán de lucro, por lo menos debería establecerse de manera terminante un principio: Que la fabricación de armamentos y de todos los equipos que se usan en la guerra sea una responsabilidad exclusiva de la Nación; que se convierta en una actividad pública y deje de ser un negocio privado. Dada la naturaleza social norteamericana, sería una tontería aspirar a más; pero tampoco debemos aspirar a menos, porque es demasiado expuesto para el género humano que su existencia dependa de la voluntad y la capacidad de ganar dinero que tengan algunas personas o algunos grupos de personas.
Juan Bosch
Benidorm, 5 de febrero de 1968.
Benidorm, 5 de febrero de 1968.
* Editado en noviembre de 1967 por Publicaciones Ahora, Santo Domingo, República Dominicana.
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