Esta es la historia de Sarah Baartman. Nació a finales del siglo XVIII, en Eastern Cape. Sudáfrica. Este territorio es hoy un paraíso junto al Índico, el nombre de cuyas ciudades evoca el pasado colonial británico: Port Elizabeth, Aberdeen, East London, King William’s Town… Pero cuando Sarah vino al mundo eran los Boers quienes dominaban el territorio khoisan. Los habitantes de este territorio se denomina bankhoikhoi, aunque los Boers preferían referirse a ellos de manera despectiva como hotentotes. La expresión procedía de la palabra neerlandesa hottentot, que significa tartamudo, y esa era la percepción que tenían los Boers de la lengua que hablaban los khoikhoi. Por supuesto, nunca realizaron el más mínimo esfuerzo por entenderlos. Nelson Mandela, dos siglos más tarde, aprendió afrikáans para poder comunicarse con sus carceleros de Robben Island.
Pronto Sarah quedó huérfana. Inmediatamente fue vendida al comerciante boer Pieter Willem Cesar, quien se la llevó a Cape Town, para hacer de niñera de su hermano. Niñera de profesión, esclava de condición. Pero su destino cambió en 1810. Un médico inglés llamado William Dunlop se encaprichó con Sarah, obsesionado por sus desbordantes nalgas, y logró persuadirla (comprarla) para que lo acompañase a Londres.
La capital británica se estaba preparando para convertirse en la tenebrosa ciudad decimonónica de las novelas de Dickens y los asesinatos de Jack. Y Sarah, a quienes los Boers conocían con el diminutivo de Saartjie, conoció pronto la sordidez de los tugurios londinenses. El médico que la arrancó de África se dedicó a exhibirla en los locales de Picadilly. Las nalgas de Sarah fascinaron a la sociedad londinense, que también descubrió con admiración otro detalle de su anatomía: los labios vaginales. Era común entre las africanas del sur, no sólo entre las mujeres khoikhoi, poseer unos labios vaginales extraordinariamente desarrollados, preparados para dar mayor placer sexual al hombre. Técnicamente, este efecto se conoce como sinus pudoris, aunque en la época era más común referirse despectivamente a ello como “delantal hotentote” o “cortina de la vergüenza”.
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