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sábado, 2 de marzo de 2013

Miente, miente que algo quedará…




Esta fue la frase con la que el ministro de Gobierno de la Alemania nazi Joseph Goebbels elaboró su estrategia propagandística. El funcionario de Adolf Hitler consideraba que un modelo comunicacional afianzado en la repetición sistemática transformaría la mentira en realidad, por convertirse -en términos semióticos- en un “verosímil” creíble.
En ese aprovechamiento de una frontera difusa entre la verdad y la mentira, todos los gobiernos de ayer, hoy y siempre, intentaron imponer su discurso sin atender a las profundas tramas culturales que circulan de manera subterránea, en nuestro caso atadas a una voraz tradición de saqueo y conquista, profundizada por las férreas dictaduras que azotaron América Latina en los años setenta.
La astucia de la historia encuentra en la comprensión de los hechos fácticos y comprobables que el arte de la retórica no siempre transforma la ficción en realidad.
Hoy Argentina transita por un terreno delicado de olvidos, omisiones y agendas políticas entrecruzadas con intereses mediáticos a favor o en contra del gobierno, mientras el periodismo profesional no encuentra santuario ni puntos de equilibrio para recuperar aquel camino de credibilidad que en algún momento supo establecer con su público.
Si bien esa relación siempre tuvo pactos fáusticos velados, que pueden serializarse en el apoyo de no pocos medios a los gobiernos de facto -cuando distrajeron su atención de la desaparición y asesinato de una generación de intelectuales, principalmente, del campo popular-, la polarización actual invita a reflexionar no sólo sobre qué escribe la prensa, sino sobre quiénes condicionan el oficio.
Salvo contadas excepciones, los actuales barones del periodismo vernáculo lejos están (estamos) de la pluma y capacidad de investigar, sin miserabilismos, y narrar los hechos como aquellas piezas únicas que mostrara desde su genio Rodofo J. Walsh.
Aunque resulte paradójico, de la brutal pelea mediática entre el gobierno y la prensa concentrada existen resultados positivos. Ya no hay verdades reveladas y la perversa mixtura de relaciones de poder pone en evidencia lo más feo, lo más sucio y lo más malo de aquellos empresarios de medios desinteresados por aquel maravilloso oficio de escribir por el que murió Walsh, sin perder nunca su compromiso político.
Pero lo cierto es que ya no estamos en tiempos de insurgencia armada y que términos como “cipayo”, entre otros, atrasan en una construcción mediática mezquina en la que las tensiones políticas mediatizadas sorprenden a propios y ajenos.
Por primera vez desde el quiebre de la relación medios / gobierno -recién desde 2008- algunos periodistas sacaron de sus cajones aquellos contubernios que tenían guardados bajo siete llaves.
La historia sangrienta de Papel Prensa, el pasado de Héctor Timerman como director de un diario procesista o el coro que hiciera Enrique Vázquez a la dictadura desde la revista SOMOS es sólo una muestra de las disputas.
Sin embargo, algunos políticos están convencidos de que si no son acompañados por los medios, no existen. Y así se transforman en rehenes de peleas corporativas.
Antonio Gramsci supo diferenciar el “sentido común”, ese que nos quieren imponer, del “buen sentido”: aquel por el cual debemos unificar criterios y elaborar proyectos colectivos.
A diez años de un proceso de transformación profunda, por momentos eficiente y exitoso al corto plazo, resulta aún difícil encontrar marcas de transparencia y continuidad en la buena administración de la cosa pública.
Menos aún imaginar que el maravilloso mundo paralelo a lo “Truman Show” instalado en Puerto Madero producirá un efecto derrame, cuando del otro lado está la villa “Rodrigo Bueno”, y que el titular de la SIGEN Daniel Reposo -apellido ideal para su función en el organismo de control interno- encontrará a todos los Ricardo Jaime que aún no conocemos.
Recordar el espíritu converso de los menemistas transmutados vestidos de ocasión, sirve para revisar el fracaso actual de una estrategia de desperonización que con La Cámpora, Kolina y, en menor medida, Unidos y Organizados, sólo repite la historia de la tristemente célebre Coordinadora radical.
Salvando la distancia ideológica, en especial por la prolija labor en materia de Derechos Humanos del recientemente fallecido Eduardo Luis Duhalde, que aleja en términos absolutos de cualquier analogía al pragmatismo kirchnerista, tanto del nazismo como de un genuino proceso revolucionario, el poder comunicacional parece ser el motivo que desvela a quienes ejercen cargos estratégicos.
Si hay algo que los políticos deben aprender del pensamiento totalitario es que la mentira conduce al odio y a la ruptura de un tejido social, aquel que debemos construir entre todos día tras día.
También, que hay buenos entre los malos y que el único camino está en la construcción, no de peatonales ni de proyectos faraónicos audiovisuales, sino de debates abiertos a la participación ciudadana.
Lo cierto es que quienes se beneficiaron económicamente con la desaparición forzada de personas no pueden ni deben conducir los destinos de la patria. Porque patria y democracia son parte de un mismo destino
En octubre, como suele ocurrir en elecciones de término medio, se avecina un voto castigo. Esta vez será contra un discurso único y homogeneizante que nos aleja de la realidad y convierte de manera absurda a los amigos en enemigos, muchos de los cuales están confinados a un destierro preventivo desde un cenáculo cerrado.
Pero la mesa chica tiene apóstoles traicioneros encarnados en algún Judas al acecho.
El peligro de la ausencia de diálogo es que produce golpes institucionales internos y divisiones peligrosas para la gobernabilidad, como ocurre con un movimiento obrero partido en múltiples facciones.
Por cierto, según la tradición cristiana, Judas se quedaba con la plata de los pobres. Si ese es el rumbo, con mística, culto y adoración al mesías… ya no se morfa.
Tal vez algún sapo.

TOMADO DE REVELION

Plazadamayo.com



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