Alfonso Torres Ulloa
Hurgar en las páginas de la historia nacional y del pensamiento social dominicano es llenarse de fervor hacia Juan Pablo Duarte, pues los grandes, los honorables, los liberales, los democráticos, los éticos de la política criolla tienen el debido respeto al Patricio Mayor. E igual los hombres de espada y cinco estrellas: Luperón, Gómez, Manolo y Caamaño.
Es preciso buscar la referencia de Duarte en estos grandes hombres de nuestra historia.
Y esto resulta de más entusiasmo cuando nos encontramos en las “Notas autobiográficas y apuntes históricos” de Gregorio Luperón los siguientes párrafos:
“Hoy, un noble grupo de patriotas solicita el concurso de todos los buenos dominicanos para levantar una estatua a la imperecedera memoria del ínclito fundador de la segunda República, General Don Juan Pablo Duarte. Ese acto de gratitud nacional y de valeroso patriotismo en medio de una tiranía espantosa, nos llena de aliento porque se ve que hay algunos que honran la patria todavía, cuando hay tantos que la deshonran, y nos deja creer que la llama del patriotismo arde siempre vigorosa en el heroico espíritu de una parte del pueblo, y su habilidad y valor le harán seguir infatigable luchando por la libertad e independencia de la nación”.
“En medio de tantas desventuras nos consuela la idea de que un país que tiene todavía patriotas como los que forman la junta para la erección de la estatua a Duarte, no puede estar perdido”.
Gregorio Luperón, el 11 de diciembre del año 1875, en una sesión de la Sociedad Liga de la Paz en Puerto Plata, según el historiador Santiago Castro Ventura, en su libro Duarte en la proa de la Historia, Pág. 250, dijo:
“…ayudándonos en lo que puedan contribuyan a hacernos menos difícil la muy importante y meritoria empresa de poder volver al seno de su querida Patria, al general Juan Pablo Duarte, benemeritísimo patriota, Padre de la Patria y Mártir de todas nuestras contiendas; hombre en fin, que después de haber dado vida a nuestra nacionalidad, recibió por premio a sus nobles afanes la expulsión del suelo nativo…”.
Cuando el General Gregorio Luperón dice de Duarte que es “Padre de la Patria” no hay nada más que buscar ni argumentar, pues está señalando el camino cierto del patriotismo, la abnegación y la entrega más absoluta a la causa de su pueblo.
Y el Goteo Duartiano tiene que inundar los corazones de la juventud para asumir ese compromiso sagrado con la patria, último consuelo del patricio de llevarse a la tumba la seguridad de que su obra tendría siempre continuadores.
Y como anoté en una entrega anterior:
“Si no hay jóvenes con vocación de patria, entonces ésta languidece hasta morir, sin más gloria que la historia del parto. Los padres tienen el deber moral de educar a sus hijos en el amor patrio”.
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