En el desafío de pensar y proponer un desarrollo alternativo, o mejor aún, “alternativas al desarrollo”, necesariamente debemos apuntar a la construcción de una sociedad y una cultura nuevas, sobre la base de principios y acuerdos sociales que superen el carácter depredador intrínseco al capitalismo y las utopías modernas: esas que vieron en el dominio y sometimiento de la naturaleza a la voluntad del hombre occidental, el trofeo de caza de la superioridad humana en el planeta.
Daniel Janzen, científico estadounidense afincado en nuestro país desde hace casi medio siglo, lanzó una severa advertencia sobre el rumbo equivocado de las políticas públicas y las estrategias de conservación del medio ambiente. En una entrevista publicada por el diario La Nación, el ecólogo afirmó que “en la última década, Costa Rica ha perdido mucho de su iniciativa y energía para la conservación, que era muy evidente entre 1970-2000”. Según Janzen, “la descomposición de la voluntad costarricense es una tragedia casi invisible a su sociedad, en gran parte ciega a lo que es la naturaleza, ciega a lo que tenía y tiene todavía el país (…). La naturaleza de Costa Rica está como decimos en Gringolandia, muriendo de miles de pequeñas heridas en vez de una sola bomba”. En su opinión, una de las causas que explican el deterioro de las áreas silvestres de conservación es que no reciben, para su mantenimiento y resguardo, “la proporción justa de las ganancias que generan al país en bienes y servicios” (La Nación, 15-05-2012).
Aunque no lo dice abiertamente, ni la periodista lo preguntó en su entrevista, de las palabras del científico se deduce una doble crítica: una, la que se dirige contra un modelo de (mal) desarrollo que impacta al medio ambiente, usufructúa de los recursos naturales y que, por su propia lógica de acumulación, distribuye de forma desigual la riqueza generada –por la vía del turismo, fundamentalmente-, concentrándola en los sectores y grupos más poderosos de la economía nacional. La otra crítica es la que apunta a la dimensión cultural de ese modelo de (mal) desarrollo, es decir, cómo los valores que lo sustentan y se reproducen desde el sistema educativo, los medios de comunicación y el mundo del trabajo, por citar tres espacios decisivos del campo cultural, transforman la mentalidad colectiva, las aspiraciones individuales y modifican la dinámica de las relaciones entre naturaleza y sociedad, al punto de provocar la descomposición de la voluntad de una nación.
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