POR RAFAEL NUÑEZ
¿Con cuáles nuevos argumentos Estados Unidos convencerá al mundo de que el gobierno sirio de Bachar al Asad empleó gas sarín (líquido usado como arma química debido a su extrema potencia como agente nervioso) para reprimir a sus opositores agrupados en el Ejército Sirio Libre, en una guerra que Damasco lleva a cabo contra insurgentes, sostenidos y alimentados por intereses foráneos?
La denuncia enarbolada por los gobiernos norteamericanos y francés, relativa a que el pasado 21 de agosto, tropas sirias habrían matado a 1, 429 personas en un suburbio de la capital con el empleo de esa sustancia, origina la pregunta anterior pues recuerda las clarinadas que los Halcones, entonces en el poder, utilizaron para derrocar el gobierno de Irak en el 2003.
La más reciente de esas películas se repitió en Libia, donde la Organización de las Naciones Unidas, a instancia de Estados Unidos y sus aliados, fue arrastrada a un ataque "humanitario" contra el régimen de Muamar el Gadafi, lo que no terminó hasta su derrocamiento en 2011. El hostigamiento a Gadafi se inició con disturbios de manifestantes en Trípoli, parecidos a los de Damasco.
Estados Unidos, en esta ocasión, acelera y monta todo un andamiaje mediático que llevó la semana pasada al secretario de Estado, John Kerry, a un periplo por canales de televisión para convencer a la crítica opinión pública estadounidense sobre la necesidad de llevar la guerra a Siria debido a que su presidente no responde a sus lineamientos. El propio Obama recibió este jueves último un rechazo de las grandes potencias en la reunión del G-20 en San Petersburgo.
Estos pujos guerreristas no son auténticos de los demócratas, aunque ellos no estén exculpados de haber propiciado sus guerras. Como señalé en un artículo publicado el pasado 15 de abril, titulado "Blackwater", la estrategia del sector más conservador de la política norteamericana necesita otro pedazo del Medio Oriente para llevar a cabo sus negocios guerreristas, y con fines geopolíticos en la zona.
La llamada desburocratización del Pentágono- planteada en el libro del periodista Jeremy Escahill-, fue un plan concebido por un eminente miembro de Los Halcones para la formación de un ejército de mercenarios, cuyo objetivo fue privatizar las guerras que en el mundo lleva Estados Unidos contra sus enemigos.
En esta ocasión, la coyuntura no es igual. Aunque obtuvo el apoyo de los republicanos en la Cámara de Representantes, en el Senado la dinámica no favorece a Obama, pues hay divergencias en el Partido Republicano para aprobar el ataque armado. Los intereses halconianos lucen divididos en torno a Siria. Quien encabezó la boleta presidencial republicana de 2008 en contra de Obama, ahora es el vocero en el Congreso para que se materialice la guerra contra Siria. Su nombre es Jhon McCain.
Sin entrar en consideraciones respecto a las informaciones que nos deja ver en esta parte del mundo la prensa occidental, se puede llegar a la conclusión de que el gobierno de Barack Obama es presionado por un ala radical de Los Halcones, con representación importante en el Congreso y en otros estamentos de poder de los Estados Unidos. El presidente demócrata, asimismo, busca lidiar con la situación de gobernabilidad en los Estados Unidos, especialmente con temas de política exterior y proyectos de leyes que reposan en el Congreso para su aprobación, que son promesas de campaña.
Siria es un país que tiene frontera con Turquía al norte, Jordania e Irak al sur y suroeste, El Líbano e Israel al oeste, mientras en la punta sur se encuentra Cisjordania (antes Judea y Samaria). Si analizamos esa región en términos geopolíticos, podemos llegar a la conclusión en cuanto al control cada vez más evidente que tiene Estados Unidos. El gobierno turco es su principal aliado; por su parte, el territorio iraquí está controlado por fuerzas norteamericanas y sus aliados; El Líbano es un país del cual el ejército sirio fue obligado a retirarse definitivamente en 2007, a raíz del asesinato del primer ministro libanés, Rafiq Hariri, con lo que esa nación se despojó de la tutela de Siria, que había mantenido desde el año 1976. En tanto, la monarquía que gobierna a Jordania se entiende muy bien con los norteamericanos y sus aliados.
No fue recientemente que el régimen sirio entró en polémica con el gobierno norteamericano. Desde la muerte del padre, Hafez al-Asad , en el año 2000, Bachar fue instalado en el poder y, a pesar de las reformas prometidas, para muchos analistas del Medio Oriente, éste continuó con las políticas de su padre.
Su rechazo vehemente a la guerra de Irak y su disentimiento sobre el concepto de terrorismo, le colocaron en el punto de mira de Estados Unidos, que en 2004 sancionó a Siria por, entre otras acusaciones, no impedir el paso de combatientes a Irak y dar soporte a los grupos radicales palestinos y al Hezbollah libanés.
Aunque Bachar fue liberado de responsabilidad en relación a la acusación de planear el asesinato del primer ministro libanés, la presión contra su gobierno continuó. La posibilidad de que Hezbollah haya estado detrás de la conspiración contra la vida del más alto cargo de El Líbano, hizo que las potencias occidentales y las Naciones Unidas bajaran la guardia. Otro ingrediente que coloca a Siria encima de un barril de pólvora tiene que ver con las acciones de grupos rivales a lo interno, entre ellos células de Al Qaeda que operan contra las autoridades sirias.
Eso lo saben las autoridades norteamericanas, los aliados tradicionales en la zona de EE.UU. y el vocero del sector radical conservadora en el Congreso, John McCain, quien ha iniciado una cruzada para que su país inicie otra guerra. Si esos vientos guerreristas cuajan, veremos la misma película en la que empresas norteamericanas, francesas e inglesas irán a reconstruir el país, después de la guerra, mientras un gobierno anodino, como los otros que trajo en la región la Primavera Árabe, se erigirá como salvaguarda de los sirios.
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