PARA JOSÉ ALCÁNTARA LOS JÓVENES ESCRITORES NO DEBEN DEJARSE EMBRIAGAR POR LA FAMA, EL DINERO Y EL PODER
Néstor Medrano
Santo Domingo
José Alcántara Almánzar es uno de los escritores dominicanos de mayor entrega a un oficio al que ha dedicado un tiempo fundamental de su vida, junto a la academia. Premio Nacional de Literatura, profesor Fulbright en los Estados Unidos de América, jurado del concurso de cuentos de una institución emblemática como la Casa de las Américas en La Habana, Cuba, que a su decir, debe mucho de lo que es como intelectual forjado al calor de la creación narrativa y ensayística al fenecido maestro y poeta Manuel Rueda.
Para José Alcántara Almánzar, los jóvenes escritores no deben dejarse embriagar por la fama, el dinero, el poder, y al hablar de la cultura conceptualiza hasta llegar a la conclusión de que en el caso de República Dominicana, dice: “…si ahondamos en sus componentes, tendremos que llegar a la conclusión de que la cultura dominicana atraviesa por una de sus crisis más profundas…hay un culto excesivo al poder, al dinero, el consumo, la vulgaridad…”.
Al hablar desde el punto de vista del escritor que es maestro, reflexiona y se preocupa, y afirma que en el país la preferencia por lo extranjero es muy vieja, no solo en literatura sino en todo. Afirma que hay un problema mayor que es la incapacidad del público lector criollo para valorar lo que escriben nuestros autores.
“Otro problema es que la publicidad hace mucho daño y contribuye a encumbrar obras mediocres que nos llegan del exterior, porque si bien la tasa de analfabetismo ha disminuido sensiblemente aquí, todavía hay muchos analfabetos funcionales en la elite y en la clase media profesional que no leen ni siquiera el periódico”.
A continuación la entrevista:
Usted cuenta con una de las trayectorias más fecundas de la literatura dominicana, traducido a varios idiomas, con los galardones más relevantes del país, incluyendo el Premio Nacional de Literatura, que conceden a la trayectoria de un autor la Fundación Corripio y el Ministerio de Cultura, ¿es un consagrado?
Considero que no lo soy, resultaría paralizante, pero tampoco debo evaluarme. El diccionario consigna varias acepciones del término «consagrado», que como usted sabe a veces puede resultar una mera «etiqueta», un simple «rótulo». Una de esas acepciones tiene que ver con la fama, algo circunstancial y efímero que proviene de acciones positivas o negativas. De hecho, algunos de los personajes más famosos de nuestro medio en la actualidad son individuos execrables, pese a que andan exhibiendo con insólito descaro el fruto de sus delitos. La otra acepción de «consagrado» es la de alguien que se dedica a un asunto con eficacia y ardor en busca de un fin. Pienso que esta se ajusta más a lo que he venido haciendo desde hace cuarenta y cinco años, pues en abril de 1970 publiqué mi primer artículo en la antigua Revista Ahora y desde entonces, al tiempo que me ganaba la vida en diversos empleos, sobre todo el de profesor, que ejercí por vocación durante décadas, no he cesado de estudiar, escribir y publicar cuando puedo, persiguiendo el sentido de la vida, tratando de entenderla, o de explicarme la dinámica de mi país, o buscando la belleza inapresable de nuestro idioma, o creando mundos imaginarios con la palabra, como una forma de sobrevivir a una realidad cotidiana que nos abruma y que por momentos amenaza con quebrar nuestro precario equilibrio mental.
¿Por qué el cuento, por Bosch, por Cortázar, por Quiroga o por Alcántara Almánzar?
Por los tres primeros, sin duda, que fueron mis maestros desde que los descubrí. A Bosch por sus cuentos estremecedores enraizados en la realidad social latinoamericana y por su perfección formal. A Quiroga, su ilustre antecesor, por sus impactantes aguafuertes y la manera inigualable de presentar la lucha entre el hombre y la selva, también por su útil decálogo. A Cortázar por todo, pues constituyó una revelación para mí desde Bestiario; es un artífice y un teórico del cuento como hemos tenido pocos en Hispanoamérica, un consumado maestro del cuento fantástico y la experimentación. Pero hay muchos otros a quienes reverencio y debo tanto, empezando por los clásicos indispensables como el incomparable Anton Chejov, Oscar Wilde, Guy de Maupassant, Edgar Allan Poe, los hermanos Grimm, Hans Christian Andersen, Franz Kafka, el James Joyce de Dublineses, el Ernest Hemingway de los relatos inolvidables, la Marguerite Yourcenar de Cuentos orientales. Y entre los de nuestro hemisferio se hallan el Juan Rulfo de El llano en llamas, Juan José Arreola, el Carlos Fuentes de Cuerpos y ofrendas, todo José Emilio Pacheco, todo Jorge Luis Borges, todo Adolfo Bioy Casares, Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti, Gabriel García Márquez, Augusto Monterroso, el Alejo Carpentier de Guerra del tiempo, el incomparable puertorriqueño José Luis González, el Guillermo Cabrera Infante de Así en la paz como en la guerra, el fabuloso peruano Julio Ramón Ribeyro completo, los tres libros de cuentos de nuestro Virgilio Díaz Grullón, el Sergio Ramírez cuentista, el Edmundo Paz Soldán de Amores imperfectos; en fin, tantos otros, pero me detengo aquí.
Si se le acercara alguien, un niño de diez años, un adolescente de 14, un joven de 20 y un adulto mayor de 40, ¿cuál libro de José Alcántara Almánzar le recomendaría?
Al niño y al adolescente, ninguno. Al joven y al adulto, todos. Mis cuentos no están pensados para el público infantil, e incluso los adolescentes, al leerlos, deberían tener la orientación de sus maestros, pues admito que a veces son irreverentes y resultan chocantes por sus temas, o incomprensibles para una mente joven, por sus propuestas. Como sabemos, las transgresiones de un autor no siempre son aceptadas.
Como cuentista ha forjado una amplia bibliografía y su trato y conocimiento de la obra de escritores emblemáticos del país y del exterior ha sellado ese conocimiento, ¿cree que el ejercicio literario en República Dominicana está en decadencia o asistimos a un despertar con los jóvenes escritores?
Estimo que no hay tal decadencia en el ejercicio literario en nuestro país, si nos atenemos a las cifras de los libros de creación que se publican todos los años, pese al escaso respaldo oficial y a que no tenemos un programa editorial nacional de envergadura que sirva de apoyo y protección a los hombres y mujeres que se dedican a la literatura. Sin embargo, hoy salen de las prensas más novelas, cuentos y poemas que nunca antes en la historia de la República Dominicana, no solo porque tenemos una población de diez millones, nuevos lectores y gente dedicada al oficio de escribir, sino porque hay una mayor conciencia de lo que se hace, más conocimientos y preparación, en fin, para acometer la obra literaria. Tengo muchas esperanzas en los jóvenes poetas y narradores que están escribiendo y publicando; me refiero, claro está, a los buenos creadores de menos de cuarenta años, y pienso que la continuidad y mejoría de nuestras letras está garantizada.
¿Puede República Dominicana presentar sin muchas dificultades a la comunidad internacional a un escritor con base sólida que califique para apostar por el Premio Cervantes, o el Nobel de Literatura? ¿En quién piensa?
Como creador con una extensa obra de gran solidez literaria, de inmediato pienso en Marcio Veloz Maggiolo, que ha cultivado prácticamente todos los géneros y sobresale por su valiosa contribución a las letras nacionales desde hace más de medio siglo, cuando publicó El buen ladrón, su primera obra. Marcio, que es todavía un escritor activo, constituye, pues, un candidato idóneo para el Premio Cervantes, que es el más importante de nuestra lengua.
¿Qué opina del desdén que se muestra desde muchos ámbitos hacia los autores dominicanos y las preferencias de autores del exterior sobre nuestros escritores, es cierto que esto se debe a que tienen una mayor calidad o que se trata de una realidad impuesta por las propias deficiencias sistemáticas del país?
La preferencia por lo extranjero es algo muy viejo, y no solo en literatura, sino en todo, en estilos de vida, en modas al uso, para poner dos ejemplos. No es que los escritores dominicanos estén por debajo de los foráneos, porque escritores excelentes y mediocres hay en todas partes, y no somos la excepción. Pero hay un problema mayor y es la incapacidad del público lector criollo para valorar lo que escriben nuestros autores, primero porque si bien la tasa de analfabetismo ha disminuido sensiblemente aquí, todavía hay muchos «analfabetos funcionales» en la élite y la clase media profesional que no leen ni siquiera el periódico. Otro problema es que la publicidad hace mucho daño y contribuye a encumbrar obras mediocres que nos llegan del exterior, pero que vienen precedidas de cierta «fama», ya sea porque se han convertido en «best-sellers» mundiales, o por el morbo que las acompaña al ser llevadas al cine. Piense usted, si no, en la famosísima obra de la escritora británica E. L. James, Cincuenta sombras de Grey, perfecta combinación de novela rosa y atrevido erotismo que está causando estragos en todas partes.
¿Podemos competir desde nuestra realidad actual en el mundo editorial cada vez más competitivo y signado por poderosas casas editoriales, que en nuestros mundos literarios locales se rigen por el grupismo y la exclusión, y de ahí su fracaso total?
Es difícil que podamos competir con ese mundo editorial que usted menciona, en un país donde las ediciones son por lo general de mil ejemplares, los autores tienen que pagar los libros que publican con dinero de sus bolsillos, y viven a merced de su suerte y sus recursos económicos. Sabemos que hay poca protección, salvo la que ofrecen unas cuantas instituciones del sistema financiero nacional, como el Banco Central de la República Dominicana, el Banco de Reservas, el Banco Popular, que tienen programas editoriales consistentes y de prestigio, así como algunas fundaciones y entidades culturales, tales como el Centro León, la Fundación Cultural Dominicana, la Fundación García Arévalo, las Ediciones Ferilibro, la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, y contadas universidades, entre otras. Si no fuese por estas entidades, el panorama editorial de nuestro país sería mucho más desolador.
¿Qué escritor dominicano lo representa y por qué?
Si hay un creador dominicano al que debo casi todo lo que soy como escritor, ese es Manuel Rueda, quien falleció hace poco más de quince años, dejándome un vacío inmenso. Puedo decir que soy hechura suya, pues aprendí mucho de lo que sé bajo su autorizado magisterio. Pero también hay otros que sería injusto no mencionar aquí, como don Héctor Incháustegui Cabral, poeta, dramaturgo y ensayista, a quien me unió un fuerte lazo de amistad que era casi familiar; o Freddy Gatón Arce, el poeta sorprendido que también fue un gran prosista; o Virgilio Díaz Grullón, un paradigma del cuento contemporáneo en nuestro país y un modelo de escritor decente; o Máximo Avilés Blonda, poeta y dramaturgo, que fue mi profesor de historia dominicana en la universidad. Como usted sabe, todos han fallecido, lo cual es una desgracia para mí, aunque me consuelo con releer sus obras y seguir los consejos que me dieron antes de partir.
¿Cómo repensar una República Dominicana en la coyuntura actual y desde la perspectiva de la cultura?
Creo que no ha perdido vigencia la definición de cultura que en 1871 dio el antropólogo inglés sir Edward B. Tylor, al decir que cultura era «una totalidad que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera hábitos y capacidades adquiridos por el ser humano como miembro de la sociedad». En este sentido, la cultura es todo, y si ahondamos en sus componentes, tendremos que llegar a la conclusión de que la cultura dominicana atraviesa por una de sus crisis más profundas, pues todos estos aspectos están afectados de manera sensible, aunque no irreparable. Hay un culto excesivo al poder, el dinero, el consumo, la vulgaridad, y lo peor es que muchos medios de comunicación (radio, televisión, prensa escrita) que podrían contribuir a mejorar el panorama lo que hacen es agravarlo con sus emisiones. Aquí la politiquería y la farándula tienen más espacio en los medios que cualquier otra cosa. Por otro lado, no se advierte el peso de una política cultural del Estado que dé preferencia a los auténticos valores culturales de nuestro país, que refuerce con programas específicos el cultivo de lo mejor de nuestra tradición y apoye las nuevas contribuciones de los jóvenes creadores. En este punto, pienso que la educación, y no solo la formal, sino también la hogareña, puede jugar un papel importante en ir creando un sustrato para fortalecer una sólida visión de nuestra cultura.
¿Qué opina de la situación actual de los escritores dominicanos? ¿Quién es escritor, el que escribe o el que publica?
La situación es difícil, pero, ¿cuándo ha sido diferente? Vivimos una etapa de «atomización» de energías creadoras. Los escritores, como mucha gente, viven inmersos en la solución de sus problemas cotidianos, luchando por sobrevivir en un medio en el que han perdido su importancia. Porque no olvidemos que los «intelectuales», por hablar de una categoría más amplia, hace tiempo que fueron desterrados del paraíso. Están lejanos los tiempos en que un intelectual era escuchado por los gobernantes o los poderosos, o sus opiniones eran tomadas en cuenta. Me refiero a esa época en que Albert Camus era la conciencia moral de su generación en Francia o, entre nosotros, Juan Bosch era admirado, seguido y respetado incluso por sus oponentes políticos. Todo eso se acabó y el escritor es un individuo más, que sin embargo no debe perder la esperanza de convertir sus demonios personales en belleza. Por otro lado, escritor es el que escribe, no necesariamente el que publica, pues hay escritores que publicaron poco en vida, algunos casi nada, recordemos el caso de la gran poeta norteamericana Emily Dickinson, que apenas salió de su habitación mientras la sostuvo un hálito de vida, y cuya obra fue publicada póstumamente.
¿Existe una novela dominicana? ¿Quién la escribió?
Existe una tradición de la novela dominicana, por supuesto, que comenzó no con el Enriquillo (1879) de Manuel de Jesús Galván, como muchos creen, sino que se remonta a El montero (1956) de Pedro Francisco Bonó, gran sociólogo y escritor del siglo diecinueve y principios del veinte. Son muchas las novelas que se han escrito desde entonces en nuestro país y, aunque no voy a mencionarlas, hay un puñado de buenas y muy buenas novelas con las que estaríamos muy bien representados dentro y fuera del país.
¿Qué opina de los autores jóvenes dominicanos?
Los «jóvenes autores dominicanos» sería una categoría difícil de reunir en un grupo homogéneo solo por el criterio de edad, pues entre ellos hay de todo. Los hay excelentes, pero también mediocres, esforzados, inseguros, talentosos, trabajadores, vagos, en fin, habría que analizar caso por caso y esta entrevista no me lo permite, además de que no los conozco a todos.
¿Qué le parecen las intervenciones de los intelectuales dominicanos en las redes, se abusa de Facebook, los temas que tratan son frívolos, inducen al debate o deberían alejarse un poco?
En verdad no lo sé, no estoy en las redes; no uso «Facebook», y no por rechazo, sino porque no dispongo de tiempo para esas cosas. Soy un escritor «prenewtoniano», como me describo a veces con cierta ironía para señalar mi incompetencia tecnológica.
Finalmente, ¿quién es José Alcántara Almánzar?, que los niños, los adolescentes y los jóvenes puedan entender las razones de su pensamiento y de sus actitudes intelectuales de escritor comprometido con la causa de su país, que mira su entorno y reflexiona como narrador y ensayista?
¿Qué puedo decirle? ¿Cómo puede uno definirse sin caer en las distorsiones propias de la subjetividad? Pero en esta respuesta desearía transmitir a los jóvenes lo que ha sido siempre mi norte en el comportamiento personal. Quiero que comprendan que lo más importante para una persona, sobre todo la que tiene aspiraciones de convertirse en escritor algún día es la lectura, el estudio permanente. Sin eso nadie sería un escritor de verdad, porque el idioma, la lengua en que pensamos, hablamos y escribimos es lo que tiene verdadero sentido para el creador de belleza a través de la palabra. Y otra cosa: sin ética no hay estética que valga. Porque un escritor puede ser un desalmado o un hombre bueno, ejemplos hay muchos. Pero debemos siempre estar atentos y eludir las tentaciones del dinero, el poder y la fama, que nos desvían de nuestro propósito esencial. Recordar que la escritura es un espejo y a fin de cuentas lo que uno es se refleja siempre en lo que uno escribe.
Biografía activa de José Alcántara Almánzar
José Alcántara Almánzar nació en Santo Domingo, República Dominicana, el 2 de mayo de 1946. Es educador, narrador, ensayista y crítico literario. Casado con la escritora Ida Hernández Caamaño (1949) desde 1971, es padre de Ernesto (1974), Yelidá (1976) y César (1980) Alcántara Hernández. Se inició en su ciudad natal como profesor de idiomas, literatura e historia. Enseñó sociología en varias universidades dominicanas. Entre 1987 y 1988 fue Profesor Fulbright en los Estados Unidos de América. Ha sido jurado del concurso de cuento de Casa de las Américas, La Habana, Cuba. Es asesor de la Fundación Corripio y desde 1996 se desempeña como Director del Departamento Cultural del Banco Central de la República Dominicana.
Ha publicado: Antología de la literatura dominicana (1972), Viaje al otro mundo (1973), Callejón sin salida (1975), Testimonios y profanaciones (1978), Estudios de poesía dominicana (1979), Imágenes de Héctor Incháustegui Cabral (1980), Las máscaras de la seducción (1983), Narrativa y sociedad en Hispanoamérica (1984), La carne estremecida (1989), Los escritores dominicanos y la cultura (1990), El sabor de lo prohibido. Antología personal de cuentos (1993), Dos siglos de literatura dominicana (S. XIX y XX). Poesía y prosa (en colaboración con Manuel Rueda, 1996), Panorama sociocultural de la República Dominicana (en español, inglés y francés, 1997), La aventura interior (1997), Antología mayor de la literatura dominicana. Siglos XIX y XX. Poesía y Prosa (en colaboración con Manuel Rueda, 2000), Huella y memoria. E. León Jimenes: Un siglo en el camino nacional (1903-2003), en colaboración con Ida Hernández Caamaño (2003), Presagios de la noche (2005), Catálogo de la Colección del Banco Central (en colaboración con Luis José Bourget, 2010), El lector apasionado [Ensayos sobre literatura] (2010), Palabras andariegas. Escritos sobre literatura y arte (2011).
Por su labor literaria ha obtenido varios reconocimientos y distinciones: el Premio Anual de Cuento en dos ocasiones (1984 y 1990), el Premio a la Excelencia Periodista J. Arturo Pellerano Alfau como Crítico (1996), el Caonabo de Oro como Escritor (1998), la Medalla al Mérito «Virgilio Díaz Grullón» (2008), el Premio Nacional de Literatura (2009), y la Pluma de la Excelencia como Escritor (2010).
TOMADO DEL LISTIN DIARIO
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