Las revoluciones las han perdido los más fuertes. Una
revolución tiene su origen en fenómenos peculiares de su medio social,
económico y político, y tiene su fuerza en el corazón en el cerebro de las
gentes. Ninguno de esos dos factores de una revolución puede ser medido por
computadores electrónicos. Tradicionalmente, las revoluciones las han perdido
los más fuertes. Las trece colonias americanas eran más débiles que Inglaterra,
y le ganaron la revolución de Independencia; el Pueblo francés era más débil
que la monarquía de Luis XVI y le ganó la revolución del siglo XVIII; Bolívar
era más débil que Fernando VII, y le ganó la revolución de América del Sur;
Madero era más débil que Porfirio Díaz y le ganó la revolución de 1910; Lenin
era más débil que el Gobierno ruso, y le ganó la revolución de 1917.
Todas las revoluciones triunfantes a lo largo de la
historia, sin una sola excepción; han sido más débiles que los gobiernos
combatidos por ellas. Una revolución, pues, no puede medirse en términos de
poderío militar; hay que apreciarla con otros valores. Para saber si una
revolución es verdaderamente una revolución y no un mero desorden o una lucha
de caudillos por el poder, hay que estudiar sus causas, la posición que han
tomado en ella los diferentes sectores sociales, y determinar su tiempo
histórico. Una revolución, pues, no puede medirse en términos de poderío
militar; hay que apreciarla con otros valores. Para saber si una revolución es
verdaderamente una revolución y no un mero desorden o una lucha de caudillos
por el poder, hay que estudiar sus causas, la posición que han tomado en ella
los diferentes sectores sociales, y determinar su tiempo histórico
La de Santo Domingo fue —y es— una típica revolución
democrática a la manera histórica de la América Latina y se originó en factores
sociales, económicos y políticos que eran y son al mismo tiempo dominicanos y
latinoamericanos. Para situarla en el contexto latinoamericano, su patrón más
cercano en el tiempo es la revolución mexicana de 1910, aunque no debía ni debe
esperarse que fuera exactamente igual a esa revolución de México. En términos
históricos, nada es igual a nada. A pesar de que habían transcurrido cincuenta
y cinco años desde que estalló la revolución mexicana hasta que comenzó la dominicana,
y a pesar de que en ese largo tiempo —más de medio siglo— se han extendido por
el mundo los estudios políticos, sociales, económicos e históricos, los Estados
Unidos actuaron ante la Revolución Dominicana de 1965 en forma casi igual a
como hicieron ante la revolución mexicana de 1910. En 1965 se ha aducido el
peligro comunista como razón de la intervención militar en Santo Domingo; en
1910 no podía usarse ese pretexto para desembarcar tropas en Veracruz porque entonces
no existía el peligro comunista. ¿Por qué la actuación ha sido tan parecida?
Porque tradicionalmente el mundo oficial norteamericano se ha opuesto a las
revoluciones democráticas en la América Latina. Con la excepción de los años de
Kennedy, la política exterior norteamericana en la América Latina ha sido la de
entenderse con los grupos de poder y la de usar la fuerza para respaldar a esos
grupos. Durante los años de Franklyn Delano Roosevelt se abandonó el uso de la
intervención armada, pero no se abandonó el apoyo a los grupos dominantes, y
todavía en el caso de la revolución cubana de 1933 se hicieron presentes los
buques de guerra norteamericanos en aguas de Cuba como un recordatorio ominoso.
Fue John Fitzgerald Kennedy quien transformó los viejos conceptos y puso en
práctica una nueva política, pero desaparecido él, volvió a imponerse el
criterio de que el poder se ejerce sólo a través de la fuerza. Esta idea parece
no ser correcta. La fuerza como expresión única de poder tiene sus límites: es
un instrumento idóneo cuando se enfrenta a la fuerza, pero no lo es cuando se
enfrenta a fenómenos que tienen su origen en las bases más profundas de las
sociedades.
Stalin pudo haber tenido razón al decir, durante la última
guerra mundial, que esa guerra sería ganada por el país que fabricara más
motores; pues la lucha de 1939-1945 fue llevada a cabo entre poderes militares
organizados, y el poder de cada uno de ellos se medía en términos de fuerza, de
divisiones, de cañones, de bombas. Pero una revolución no es una guerra, y
hasta se conocen revoluciones que se han hecho sin que haya mediado un disparo
de fusil. Tradicionalmente, las revoluciones las han perdido los más fuertes.
La fuerza como expresión única de poder tiene sus límites:
es un instrumento idóneo cuando se enfrenta a la fuerza, pero no lo es cuando
se enfrenta a fenómenos que tienen su origen en las bases más profundas de las
sociedades. Stalin pudo haber tenido razón al decir, durante la última guerra
mundial, que esa guerra sería ganada por el país que fabricara más motores;
pues la lucha de 1939-1945 fue llevada a cabo entre poderes militares
organizados, y el poder de cada uno de ellos se medía en términos de fuerza, de
divisiones, de cañones, de bombas. Pero una revolución no es una guerra, y
hasta se conocen revoluciones que se han hecho sin que haya mediado un disparo
de fusil. Tradicionalmente, las revoluciones las han perdido los más fuertes.
Las trece colonias americanas eran más débiles que Inglaterra, y le ganaron la
revolución de Independencia; el Pueblo francés era más débil que la monarquía
de Luis XVI y le ganó la revolución del siglo XVIII; Bolívar era más débil que
Fernando VII, y le ganó la revolución de América del Sur; Madero era más débil
que Porfirio Díaz y le ganó la revolución de 1910; Lenin era más débil que el
Gobierno ruso, y le ganó la revolución de 1917. Todas las revoluciones
triunfantes a lo largo de la historia, sin una sola excepción; han sido más
débiles que los gobiernos combatidos por ellas. Una revolución, pues, no puede
medirse en términos de poderío militar; hay que apreciarla con otros valores.
Para saber si una revolución es verdaderamente una revolución y no un mero
desorden o una lucha de caudillos por el poder, hay que estudiar sus causas, la
posición que han tomado en ella los diferentes sectores sociales, y determinar
su tiempo histórico.
Los Estados Unidos, que en el mes de
abril (1965) tenían en Vietnam 23 mil hombres, desembarcaron en Santo Domingo
42 mil. Para los funcionarios de Washington, los sucesos de la República
Dominicana eran de naturaleza tan peligrosa que se prepararon como si se
tratara de llevar a cabo una guerra de la que dependía la vida misma de los
Estados Unidos.
La fuerza de los Estados Unidos se usó en el caso de la
Revolución Dominicana de una manera absolutamente desproporcionada. Un pueblo
pequeño y pobre que estaba haciendo el esfuerzo más heroico de toda su vida
para hallar su camino hacia la democracia fue ahogado por montañas de cañones,
aviones, buques de guerra, y por una propaganda que presentó ante el mundo los
hechos totalmente distorsionados. La revolución no fusiló una sola persona, no
decapitó a nadie, no quemó una iglesia, no violó a una mujer; pero todo eso se
dijo, y se dijo en escala mundial; la revolución no tuvo nada que ver ni con
Cuba ni con Rusia ni con China, pero se dio la noticia de que 5 mil soldados de
Fidel habían desembarcado en las costas dominicanas, se dio la noticia de que
había sido capturado un submarino ruso y se publicaron “fotos” de granadas
enviadas por Mao Tse-Tung. La reacción norteamericana ante la Revolución Dominicana
fue excesiva, y para comprender la causa de ese exceso habría que hacer un
análisis cuidadoso de los resultados que puedan dar la fe en la fuerza y el uso
ilimitado de la fuerza en el campo político, y convendría hacer al mismo tiempo
un estudio detallado del papel de la fuerza cuando se convierte en sustituto de
la inteligencia.
Juan Bosch
Excelente analisis historico para la interpretacion del hecho universalmente conocido como fue la revolucion democratica de Abril de 1965.
ResponderEliminarEs la limitacion en esa interpretacion de la realidad social e historica de L.A y de RD lo que les ha faltado a quienes han dirigido hasta hoy el pueblo dominicano.