La palabra "austeridad" se ha convertido en la consigna del año. Según la Wikipedia, la austeridad es "un régimen económico de recorte de gastos en épocas de crisis". Pero el lenguaje popular lo equipara a "estrechar el cinturón". Ahora, por ejemplo, se nos dice que "del mismo modo que las pequeñas empresas y las familias se estrechan el cinturón, el gobierno también debe hacerlo".
De esta forma, la austeridad se está presentando como una respuesta legítima a una crisis y como una solución adecuada a un problema presupuestario de las familias, las empresas y los estados. La justificación de fondo es que "hemos gastando demasiado y no estamos trabajando lo suficiente cómo para poder mantener los derechos sociales que de una manera exagerada e irresponsable nos otorgaron antaño".
Pero, ¿estamos consumiendo demasiado? Parece que este no es el caso. Detrás de la fachada de la crisis financiera se esconde una crisis capitalista de sobreproducción, sobre todo de sobreproducción de viviendas y otros productos que a pesar de ser necesarios, ahora la gente ya no está en condiciones de comprar.
Los episodios periódicos de nuestros barrios no reflejan precisamente exceso de consumo, sino privaciones e hileras de parados que tienen capacidad para producir bienes y servicios necesarios pero que no pueden hacerlo al ser expulsados del sistema productivo. Una de las imágenes habituales es la de las personas de todas las edades removiendo en los contenedores de basura en busca de alimentos o haciendo cola en los comedores sociales.
Sin embargo, casi todo el mundo acepta que algunos elementos de las actuales políticas de austeridad son necesarios. Los informativos, e incluso la mayor parte de los programas humorísticos, se refieren en los países europeos más afectados por la crisis como "derrochadores" y "vagos", cuando los hechos demuestran lo contrario. Esta caracterización inexacta del discurso político de la derecha, por desgracia, también ha calado en una parte de la izquierda socialdemócrata.
Hay, sin embargo, una versión más edulcorada de la austeridad que nos la presenta como una cuestión moral, como un intento de superación de todas las derivadas del consumismo desenfrenado y como una opción para recuperar las conductas de nuestros abuelos que les bastaba con un botijo de agua, un vaso de vino, un trozo de pan y un arengue. El problema de estas disquisiciones es que suelen venir de personas más o menos acomodadas y ya se sabe que la renovación moral es siempre más divertida cuando está pensada para los demás.
En el siglo pasado, los periodos posteriores a la explosión de las burbujas ya estuvieron acompañados de una cierta auto-flagelación y fueron precisamente los momentos donde más prosperaron las teorías sobre la austeridad. ¿Recuerdan ustedes las propuestas de austeridad que en los años setenta teorizaron algunos partidos europeos de izquierdas? ¿No hubiera sido más inteligente organizar entonces a la gente para empezar a parar los pies a las políticas neoliberales que la derecha ya insinuaba?
Paradójicamente, los mensajes sobre la austeridad estuvieron ausentes durante los periodos pos-burbuja de la década de 1990 y principios de 2000. Ahora, precisamente, estamos sufriendo los abusos que entonces cometieron los empresarios y los bancos más poderosos y por la forma como históricamente se comporta el sistema capitalista. Lo que ocurre es que, al igual que en las anteriores crisis, los planes de austeridad castigan a las personas que menos se beneficiaron de la burbuja. Precisamente, muchas de las víctimas actuales ya fueron víctimas entonces al verse condenadas a pagar unos precios abusivos para poder acceder a una vivienda.
Sabemos que los costes humanos de la austeridad son altos. Sin embargo, nos dicen que este es un dolor que tenemos que soportar porque la economía se vuelva a animar. Pero, ante esta afirmación, debemos preguntarnos: ¿cómo y hacia donde la quieren animar?
Los países que han aplicado la austeridad más severa - Grecia, España, Portugal, Irlanda, Italia - también son los que han experimentado la contracción más devastadora y el mayor aumento del paro. A su vez, en estos mismos países, el déficit presupuestario, en lugar de bajar aumenta. Estos enormes déficits, mayoritariamente, son causados por la crisis económica y la recesión resultante de una economía deprimida. En Europa, la mayor parte de los países más afectados, entre ellos España, tenían superávit presupuestario antes de la crisis. Pero la crisis provocó una fuerte caída de los ingresos del gobierno, y un aumento de los gastos (por la prestación de desempelo y para rescatar a los bancos, entre otros).
La austeridad recorta gastos mediante la eliminación de unos derechos que quienes más los necesitan son precisamente las víctimas de esta crisis. A su vez, la austeridad no consigue aumentar los ingresos del gobierno, que dependen de una economía próspera. El resultado es una espiral descendente, donde la economía todavía se deprime más.
Si la austeridad es un desastre, entonces, ¿por qué no se abandona?
La austeridad es en última instancia una política que favorece descaradamente a la clase dominante en su pulso con la clase obrera, y que también perjudica a los pequeños empresarios, sobre todo los más débiles. La austeridad permite arrinconar a los sindicatos al hacer inviable la negociación colectiva laboral. La austeridad pone las bases para la privatización de los servicios públicos y para suplantar la seguridad social pública por un sistema privado de pensiones. La austeridad extenúa a los empleados públicos contra los cuales ya se ha puesto en marcha una extraordinaria campaña de terror económico y desprestigio social. La austeridad incrementa las bolsas de paro y crea unas condiciones más favorables para imponer una rebaja de salarios y una mayor precaritzación de las condiciones laborales. ¡Por eso no se abandona la austeridad!
No se pueden evaluar íntegramente las razones que se esconden detrás de la austeridad sin recurrir a las reflexiones que hace más de cien años hizo Marx sobre lo que él denominó el capital ficticio, unas reflexiones que encajan a la perfección con la conducta actual del capitalismo.
Antes de la crisis, una gran parte del capital se desplazó atraído por los suculentos beneficios que se sustentaban en la ficción que hinchaba la burbuja. Pero los beneficios ficticios que la burbuja generó, eran beneficios reales para los que se los se apropiaban. Me explicaré:
A principios de siglo, el endeudamiento generalmente se canalizaba con contratos hipotecario que involucraban al prestamista (mayoritariamente cajas de ahorro) y el prestatario (generalmente un particular o una pequeña empresa). Los créditos permitieron pagar al contado - es decir, con dinero contante y sonante- a los vendedores de inmuebles, automóviles y otros productos que entonces se compraban con dinero prestado. Así, los grandes impulsores de la burbuja y de la sobreproducción, además de obtener cuantiosos beneficios, los cobraron con dinero fresco. Pero la fiesta se acabó. Entonces los que habían accedido a la propiedad de los inmuebles y otros activos quedaron sepultados por la ficción de la burbuja. Ahora, desgraciadamente, el problema está en el tejado de los particulares, de las pequeñas empresas y de las entidades financieras.
Por esta razón, con la austeridad también se pretende salvar a bancos y cajas y enterrar así una parte del estrago ocasionado. Se hace a expensas de las privaciones de las clases populares. No se salva, en cambio, ni a particulares ni a pequeños empresarios.
Ahora bien, la forma cómo todo esto se está haciendo, genera de nuevo capital ficticio. Una parte de los viejos beneficios obtenidos (y cobrados) por los capitalistas durante la burbuja y del dinero barato que ahora se entrega en los bancos, se utiliza para comprar deuda pública. Esta deuda genera suculentos beneficios que ahogan todavía más a los Estados. Pero no se trata de beneficios derivados de la actividad productiva. Responden, o bien a una futura e hipotética recaudación tributaria o bien a un futuro rescate que en caso de producirse se tendrá que pagar de nuevo con dinero público. De este modo se están generando nuevos beneficios ficticios. Pero como ya ocurría en la época de la burbuja, estos beneficios son reales para los que se los apropian.
La superación de la crisis, de momento, es muy difícil. Los problemas no son sencillos, y la clase dominante, como acabamos de ver, tiene otros intereses y otras intenciones. Por eso, hay que pensar en la manera de sacar a la luz la esencia clasista de la austeridad.
Cómo acabamos de ver, con la austeridad las clases dominantes crean las condiciones para mercantilizar los servicios públicos. Quieren convertirlos en un nuevo paraíso donde depositar los capitales acumulados y extraer más y más plusvalía exprimiendo a los trabajadores y expoliar a las personas adultas y a los jóvenes. Por este motivo es tan importante aclarar que los que luchamos contra la austeridad, no estamos perjudicando a nuestros nietos: estamos luchando por un país digno para nosotros y para ellos.
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