Por Marta Denis Valle*
La Habana (PL) El prócer de la independencia cubana mayor general Francisco Vicente Aguilera Tamayo (1821-1877) abrigaba el sueño de la unión de las Antillas libres, ideal que compartía con su gran amigo el puertorriqueño José María de Hostos. En sus años de exilio en Norteamérica y Europa, Aguilera traspasó en su pensamiento el concepto de patria dentro de las fronteras cubanas y se propuso alcanzar una dimensión superior luego de la liberación de la tierra natal.
Concebía la constitución de una confederación antillana con Cuba como centro y donde las islas del Caribe fueran naciones libres e independientes, tanto de las grandes potencias europeas como de Estados Unidos.
Hostos (1839-1903), ferviente defensor de la causa cubana, tomó parte en 1875 en la expedición del vapor Charles Millar, organizada por Aguilera, que no logró su objetivo de llegar a territorio de Cuba, debido al mal tiempo y una avería de la embarcación.
Fue el boricua quien mejor captó y dio a conocer la personalidad integral -tanto física como moral-, de este patriota ejemplar, a su juicio, un hombre virtuoso, disciplinado y sencillo, en semblanzas que escribió después de su fallecimiento en Nueva York, el 22 de febrero de 1877.
"La mayor prueba de magnanimidad que dio, fue el no quejarse jamás de aquello que podía considerar como usurpación de sus derechos a la gloria", afirma Hostos, en un Retrato de Aguilera, publicado en El Demócrata (Caracas, 19 al 26 de marzo de 1877).
Así fue a la hora de aceptar las misiones revolucionarias, en primer término, el papel de segunda figura de la Revolución, al acatar el liderazgo de Carlos Manuel de Céspedes (1819-1874), quien levantó en armas a los cubanos en el momento justo mientras otros todavía tenían dudas.
El alzamiento del 10 de octubre de 1868 y el manifiesto de independencia, de Céspedes, dieron un vuelco a la historia cubana y salvaron la conspiración de un probable abortamiento por la detención de los principales conspiradores.
Aguilera había sido partidario de aplazar para el próximo año el levantamiento como también querían los camagüeyanos, en espera de la realización de la zafra azucarera 1868-1869 y el acopio de armas y municiones.
El 17 de octubre Aguilera se alzó en su hacienda de Santa Ana del Cayojo, y ese mismo día, Pedro Figueredo comunicó a Céspedes el reconocimiento como jefe de la Revolución, según acuerdo del Comité Revolucionario de Bayamo, adoptado el 12 de octubre.
Junto a Figueredo y Francisco Maceo Osorio, Aguilera constituyó este comité en el verano de 1867, en reunión secreta de unos 60 patriotas bayameses, con el acuerdo de extender las labores de la conspiración a otras regiones de la Isla.
La línea reformista fue derrotada con el fracaso de la denominada Junta de Información, que sesionó en Madrid desde octubre de 1866 a abril de 1867, convocada por el Gobierno Español.
España rechazó las peticiones sobre reformas políticas, sociales y económicas a introducir en Cuba y, además, estableció un nuevo impuesto de un 10 por ciento, imposición que despejó el camino a los partidarios de la independencia.
UNA VIDA REV OLUCIONARIA
Nacido el 22 de junio de 1821 en la villa de Bayamo, era Bachiller en Leyes.
Estudió en el famoso colegio San Cristóbal de la Habana (Carraguao), donde recibió la formación cultural y patriótica del gran maestro cubano José de la Luz y Caballero (1800-1862).
Adquirió cultura de mundo en sus viajes a Estados Unidos (1843) y, 20 años más tarde, a Francia, Inglaterra, Italia y España; desde 1864 era vigilado por las autoridades en la condición de desafecto al sistema colonial.
Aguilera murió pobre en Nueva York a la edad de 55 años; se le vio con zapatos rotos y en su hogar grandes penurias, al tiempo que recaudaba fondos que celosamente destinaba a la liberación de su Patria.
Sus bienes en Cuba habían sido embargados por el régimen colonial y lo poco que le quedó fue gastado en la Revolución.
Hombre de ideas revolucionarias la mayor parte de su vida, lo primero que hizo Aguilera fue la dejación de un título de nobleza de Castilla, al que podía aspirar por méritos de su padre, y de la inmensa fortuna que poseía de procedencia familiar.
Dada su influencia económica y social, se le consideraba una especie de jefe natural en la región, respetado por otros hacendados y sus vecinos e, incluso, por las autoridades españolas.
En 1844 y en 1849 invirtió recursos en el fomento de la cultura local, destinados a la apertura de la Sociedad Filarmónica y el edificio del teatro de Bayamo.
Fue electo en 1855 Alcalde Ordinario Primero de Bayamo y ocupó después el puesto de Alguacil Mayor.
Era el terrateniente más rico del oriente cubano cuando decidió abrazar la causa de la independencia, a la que entregó todo, no solo fortuna sino también salud.
Poseía tres ingenios azucareros con máquinas de vapor, grandes extensiones de tierra, varias casas en Bayamo, comercios en esa ciudad y en Manzanillo, miles de cabezas de ganado vacuno y caballar, cientos de esclavos -además obreros asalariados-, así como dinero en efectivo calculado en unos tres millones de pesos.
Por su prestigio, Céspedes lo designó jefe militar de Oriente y secretario de la guerra; en 1871 lo envió a Estados Unidos como Agente General con el fin de organizar el apoyo exterior a la lucha independentista.
En 1870, la Cámara de Representantes, opuesta a Céspedes, lo había nombrado vicepresidente de la República en Armas.
Solo regresaré a Cuba, dijo, cuando pueda llevar una gran expedición con muchos armamentos para extender la insurrección a todo el país.
Era el único que podía enfrentar a la dividida emigración, pero fracasó en sus diversos intentos de conseguir fondos de los ricos cubanos en el exterior.
En 1876 creó el Partido Radical Independiente, a través del cual enfrentó las tendencias anexionistas de un grupo de la emigración y de algunos personajes dentro del país.
*Historiadora, periodista y colaboradora de Prensa Latina
jhb/mdv
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